La situación geográfica de Rusia la convierte en bisagra entre oriente y occidente. En la actualidad limita con países tan diversos entre sí como Noruega, Polonia, China y Mongolia. Separada por mar, pero muy cercana, es vecina de Alaska y de Japón. No es de extrañar que el término geológico de Eurasia —la unión de dos continentes que en realidad forman una sola masa que ocupa más del 36% de la superficie terrestre— haya atraído a intelectuales y artistas que a finales del siglo XIX y principios del XX eran testigos del auge del Imperio Ruso.
Fue el momento de las expediciones estatales y privadas, que surtieron a los museos de San Petersburgo y Moscú con arte, material antropológico y etnográfico. Las piezas descubrían al público de las grandes ciudades las prácticas chamánicas y los rituales de diferentes grupos étnicos de Rusia, esculturas del Lejano Oriente, tapices y pinturas sobre seda mongoles y biruatos. El Zar Nicolás II hizo exitosos viajes diplomáticos a remotos territorios interiores del país y su presencia atrajo la atención hacia la población indígena que lo agasajó, abriendo el debate sobre la relevancia real de oriente en la cultura rusa.
L'Avanguardia russa, la Siberia e l'Oriente (La vanguardia rusa, Siberia y oriente) en el Palazzo Strozzi de Florencia (Italia) a partir del 27 de septiembre y hasta el 19 de enero, cambia el enfoque clásico con que se le suele presentar en las pinacotecas al arte ruso de finales del siglo XIX y principios del XX.
"Pertenecemos a Asia"
La muestra deja en un segundo plano la influencia europea e invita al expectador a acercarse al simbolismo, al cubo-futurismo, al suprematismo y al constructivismo no como una extensión de los movimientos surgidos en ciudades europeas como París o Milán, sino como genuinas muestras de admiración y respeto por Oriente Medio, Siberia, China, Tíbet, Japón y la India.
La artista Natalia Goncharova declaraba en 1913 "pertenecemos a Asia"; Georgii Yakulov hacía un llamamiento al "renacimiento oriental", mientras artistas de la Revolución rusa que apostaban por un "constructivismo oriental" ansiaban unir el oeste y el este en busca de una nueva civilización.
El conjunto formado por 120 piezas entre pinturas, esculturas y objetos etnográficos datados entre 1890 y 1930 (los años inmediatamente anteriores y posteriores al periodo revolucionario) abre una puerta a esa otra atmósfera en la que autores como Vasily Kandinsky, Sergei Konenkov o Kazimir Malevich desarrollaron su creatividad en relación a la riqueza y la diversidad cultural de oriente.
El espíritu de la taiga, del desierto y de la estepa
Buscaban inspiración en figuras neolíticas, ritos siberianos, grabados japoneses y chinos, doctrinas teosóficas de la filosofía india... Lo exótico, lo desconocido y la idea del otro se identificaban con el espíritu de la boscosa taiga, los territorios vírgenes, el desierto y la estepa que servían de escenario a los puntos más remotos de Rusia.
La exposición ilustra esta atracción con trabajos de clásicos como Kandinsky y Mijaíl Larionov, pero también con obras de autores poco conocidos en occidente como el pintor y artista gráfico italorruso Nikolai Kalmakov y el escultor y pintor especializado en animales Vasilii Vatagin.
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