Daniel Costea «Con el ruido de madrid no se puede oír un violín»

Tiene 49 años, nació en Rumanía y es violinista. Tiene dos grupos: con Madrid Consort toca en eventos y centros culturales. Daniel Consort es su grupo callejero.
Daniel Costea.
Daniel Costea.
Daniel Costea.
Daniel Costea comienza a tocar el violín y cierra los ojos. Los cuatro músicos que lo acompañan miran serios los atriles. La única iluminación de la escena son las luces de la entrada de un centro comercial.

Tocar en la calle es casi un milagro con el bullicio de Preciados, por eso han tenido que ingeniárselas para que las cuerdas de los violines y los chelos se escuchen. «En Madrid hay mucho ruido y un violín no se oye. He cambiado las cuerdas, el puente, el alma... Además, toco con un arco de violonchelo».

Nunca pensó que se ganaría la vida tocando. Nació en Bucarest (Rumanía), estudió violín desde los ocho a los 14 años, pero no le gustaba y lo dejó alentado por su familia, que

veía poco futuro en el arte y quiso que se dedicara a un oficio. Fue mecánico y taxista; se lamentaba por no haberlo intentado con otro instrumento, como la trompeta o el órgano, pero para lo primero era demasiado tarde y una familia pobre como la suya no tenía dinero para comprar un piano.

Tras vivir en Alemania, vino a Madrid en el año 2000. Hace tres se quedó sin trabajo en la construcción y volvió a enfrentarse al instrumento.

Se unió a otros músicos en su misma situación y formaron un grupo que ahora se llama Daniel Consort. «Por separado teníamos problemas con la Policía, porque la ley de protección ambiental no permite tocar con acompañamiento grabado. Si tocas el instrumento solo nadie se para, porque las piezas sin acompañamiento son como una persona sin ropa».

Con los instrumentos tuneados para soportar el ruido callejero, la banda da agotadores conciertos de hasta tres horas. En el repertorio hay grandes clásicos de Vivaldi, Brahms o Mozart. «Hemos probado a tocar otras cosas, pero la gente sólo se para cuando escucha piezas muy conocidas. Es como el café o el jamón: siempre bebemos y comemos el mismo, pero nos sigue encantando».

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