El caso es que la dichosa visita de Mas a la notaría ha convertido la campaña del PP en un ejercicio de funambulismo circense. Por un lado, toca criticar el «tacticismo» de Mas, su vídeo contra el Tripartito, sus propuestas de inmigración y su particular pacto del Tinell contra los populares; por otra, urge ofrecerse como socio serio y recordar que durante ocho años el PP apoyó los Presupuestos de la Generalitat, algo que Pujol fue capaz de disimular como la bolita de un trilero. Rajoy se lo preguntaba en Reus: «Si no van a negociar con el PP, ¿van a pactar con los del DVD a los que han puesto de vuelta y media? O retiran el vídeo o cambian el documento del notario», se respondía. Cabe también otra pregunta que Rajoy no se hizo: siendo CiU el principal valedor del Estatuto que rompe España, ¿por qué el PP se empeña en aliarse con ese diablo nacionalista? En esa esquizofrenia andan los populares y en transmitir la idea de que su voto «está más sólido que nunca», en palabras de Piqué. Para amparar semejante confluencia, Rajoy se ha visto obligado a explicar que el programa con el que el PP se presenta a las catalanas «no es ideológico», lo cual quiere decir que vale para todos, para derechas, izquierdas y mediopensionistas. Eso de que gane el sentido común, que es el lema de la campaña, es un paraguas enorme.
Piqué lo tiene difícil, aunque haya logrado, al menos, para alivio de la úlcera, que Alejo Vidal Cuadras, su tradicional enemigo dentro de la organización, no pise Cataluña durante la campaña y se dedique a sus quehaceres en Estrasburgo. Si logra que el PP se mantenga en el entorno de los 14 diputados –escaño arriba o abajo– habrá salvado el tipo. Otra cosa es lo que le ocurra al partido: volver a ser la cuarta fuerza catalana otros cuatro años, sin posibilidad de pisar las moquetas del poder, es demasiado duro cuando no hay bestia negra contra la que luchar porque el prontuario de descalificaciones contra el Estatuto está agotado. Es verdad que además el PP se enfrenta a una presión mucho mayor que el resto de fuerzas políticas y que, tras los incidentes de Martorell, en el que Piqué y Acebes fueron zarandeados, se han repetido los ataques con bote de pintura contra autobuses y sedes del partido. Cataluña no es el País Vasco ni lo que aquí ocurre tiene nada que ver con la kale borroka, lo que no quita para que los sucesos sean intolerables. De manera inteligente, el PP los ha colocado entre las razones para ser votados.
Alguien tendría que explicar al presidente del PP de Cataluña la diferencia entre un mitin y una clase de introducción a la filosofía del derecho, aunque haya que reconocerle que borda eso de pasar del castellano al catalán en mitad de una frase, que es como se ensalza aquí el bilingüismo. Rajoy en eso le aventaja sobradamente. El gallego, que tampoco es especialmente mitinero, domina la escena y el sarcasmo, y con eso le vale. Otra cosa son los mensajes. El líder del PP sigue instalado en el no con cierta contumacia. No quiere ni oír hablar de pactos, pero, al menos, fía propuestas contra la delincuencia y planes de reactivación económica, que se darán a conocer –nos anuncia– en las próximas semanas.
Rajoy le está quitando mito a Aznar. «Para gobernar no hay que ser muy listo –aseguró en Reus–. Basta con tener tres o cuatro ideas, algo de patriotismo y pensar algo en la gente». Nos habíamos acostumbrado a verle sobre un fondo naranja, que es la nueva imagen del PP, pero aquí en Cataluña se sigue llevando el azul claro porque el naranja es monopolio de Convergència. Estos de CiU son insaciables y profundamente ariscos.
Y mañana ... 2. ERC
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