«Subastó entre amigos y familiares sus pertenencias. «Cuando apunté con el índice el País Vasco como destino no tenía ni la menor idea de la existencia de una identidad vasca ni de una lengua propia». Aterrizó en Sondika con 2.000 euros en el bolsillo, un plano de Bilbao y el teléfono del Colegio de Arquitectos.
En sólo 15 días encontró trabajo. Aún trabaja en el mismo estudio de arquitectura. «Encontré una gente increíble que confió en mí como si me conocieran de toda la vida». Los papeles los consiguió en dos meses. Pero lleva cuatro años intentando homologar el título de arquitecto.
El acento le delata, pero ya juega con el euskera. Escucha a Laboa y Oskorri. Sin saberlo, fabricó un armario con maderas que resultaron ser una txalaparta. Mariano dice con orgullo que vivió 33 años en el Tercer Mundo nutriéndose de él y lamenta que sus hijos, Muriel y Jeremías, no vivan esa experiencia.
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