Esta circunstancia ha llevado a dos biólogos, Herman A. Dierick y Ralph J. Greenspan, del Instituto de Neurociencias de San Diego, a preguntarse si era posible recuperar esa característica.
Y parece que lo han conseguido.
El sistema empleado fue elegir a los machos que luchaban con más fuerza y convertirlos en los padres de la siguiente generación para recompensarlos.
Esperar cinco generaciones
Los biólogos tuvieron que esperar cinco generaciones para descubrir que los machos de la mosca del vinagre eran 30 veces más agresivos que los de las moscas de la fruta.
Para poder medirlo, establecieron un sistema de puntuación.
Dierick les cortó la cabeza a 100 machos las molió y valoró los cambios en la actividad de sus genes cerebrales.
Del total de 14.000 que tenían, en unos 80 hubo cambios en la actividad en comparación con las moscas de la población original.
El objetivo ahora es averiguar cómo los genes crean circuitos para controlar la conducta y así llegar a entender qué enfada tanto a las moscas como a las personas.
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