Dubái, una ciudad sin medida

La estación de metro de Dubái distribuye 100.000 viajeros al día por un bullicioso enjambre de viviendas y centros de negocios y comerciales.
La estación de metro de Dubái distribuye 100.000 viajeros al día por un bullicioso enjambre de viviendas y centros de negocios y comerciales.
DUBAI METRO
La estación de metro de Dubái distribuye 100.000 viajeros al día por un bullicioso enjambre de viviendas y centros de negocios y comerciales.

Quizá sea la anécdota más conocida de Josep Pla: la noche de 1959 en que visitó Manhattan por primera vez, después de que un guía llamara su atención sobre la estampa que formaban los rascacielos iluminados, el escritor catalán preguntó: "Muy bien, joven, pero y todo esto... ¿Quién lo paga".

Hoy, más de medio siglo después, hay en el mundo un buen puñado de ciudades más grandes, pobladas y, quizá, con más rascacielos, pero en ninguna como en Dubái la pregunta de Pla resulta aún igual de pertinente. Porque en ningún otro lugar del globo, con permiso de las megalópolis chinas de Shanghái o la Pekín preolímpica, se ha construido nunca tanto, tan rápido y con tantos medios económicos y humanos como en esta franja desértica a orillas del golfo Pérsico de poco más de 4.000 kilómetros cuadrados –más o menos, la extensión de la provincia de Pontevedra–, en la que en 2007, según publicaba entonces el primer diario del país, se encontraban funcionando el 25% de todas las grúas del planeta.

Crisis inmobiliaria aparte –Nakheel, la mayor empresa constructora pública del emirato, estuvo en 2009 al borde de la que habría sido la mayor suspensión de pagos de la historia–, el resultado de ese big bang de hormigón y acero salta a la vista en cuanto se pone un pie en la desembocadura del Dubai Creek, un canal que separa las zonas vieja y nueva de esta ciudad, de hechuras muy superiores a las que sugiere su población, de dos millones de habitantes: centenares de rascacielos, 20 de ellos de más de 300 metros de altura, se amontonan en una hilera de 20 kilómetros paralela a la costa, cuyo final se desdibuja entre la calima.

A sus pies, junto a una tupida malla de anchísimas y rectilíneas autopistas urbanas, el futurista metro elevado (imagen de la noticia) distribuye 100.000 viajeros al día por un bullicioso enjambre de viviendas y centros de negocios y comerciales que en las zonas turísticas de Jumeirah y La Marina (2ª imagen de la fotogalería), ya en el extremo de la ciudad, se alternan con puertos deportivos, prohibitivos complejos hoteleros –en la ciudad hay más de 50 establecimientos de cinco estrellas– y hasta archipiélagos artificiales.

Pero volvamos a la pregunta de Pla y a 1959. De haber llegado al Dubái de entonces, el autor de El cuaderno gris se habría encontrado con una modesta ciudad de unos 40.000 habitantes, de casas de adobe no más altas que un duna, dedicada al comercio de perlas y dátiles. Pero eso era antes de que dos hallazgos relacionados con el petróleo cambiaran para siempre la fisonomía del lugar: el primero de ellos, en 1966, fue el descubrimiento de los pozos de los que brotaría el crudo por primera vez, 120 kilómetros aguas adentro del Golfo; el segundo y más decisivo sobre la transformación que después experimentaría la ciudad, la evidencia de que esas reservas de petróleo, modestas en comparación a las de otros emiratos vecinos, no durarían para siempre.

Fue entonces, en los años 90, cuando el emir en el gobierno se lo apostó todo a la carta más alta e impulsó una radical reconversión económica del emirato, destinando el dinero procedente de las concesiones petrolíferas a la creación de infraestructuras y zonas francas con las que estimular la inversión internacional, además de a una industria turística especializada en el lujo.

Estas ingentes inversiones, unidas a una observancia relajada de los preceptos musulmanes, han hecho de Dubái el gran centro financiero, comercial y turístico internacional que vemos hoy, con sus futuristas perfiles arquitectónicos y planes urbanísticos excesivos, dignos de un escenario de ciencia ficción, pero tan reales como el petróleo que los hizo posibles. Estos que siguen a continuación son los ejemplos más representativos de esas obras desmedidas, pero hay muchos más. Y los que habrá, porque aunque las reservas de crudo continúan mermando –los cálculos apuntan a que se agotarán en dos décadas–, Dubái, de momento, sigue en construcción.

El techo (construido) del mundo

Visto desde la ventanilla del avión, más que un rascacielos parece la espina dorsal de una enorme montaña. Con 828 metros y 160 plantas, la torre Burj Khalifa (3) fue construida para pulverizar todos los récords: es el edificio más alto, el que tiene el restaurante a mayor altura, el ascensor más rápido y con mayor recorrido... La envergadura de este coloso achata a los siguientes edificios del podio mundial de gigantes (la torre de telecomunicaciones Skytree de Tokio, de 634 metros), especialmente si hablamos de construcciones habitadas (la torre Taipei 101, de 534 metros).

Desde el mirador de la planta 124, la ciudad parece un scalextric en miniatura (4). A los pies de la torre, ocupada hasta la planta 39ª por el hotel Armani (5), se encuentra el grupo de fuentes danzantes más grande del mundo. Sus chorros de agua bailan y se iluminan al son de la música todos los días del año a las seis de la tarde.

Lujo siete estrellas

Con 321 metros de altura y su icónica cubierta en forma de vela, el Burj Al Arab (6 y 7) fue desde su inauguración, en 1999, el edificio de uso íntegramente hotelero más alto del mundo hasta que –cosas que pasan en Dubái– fue destronado unos años después por los 333 metros del Rose Rayhaan. En lo que no se ha conseguido batir al Burj Al Arab es en el lujo y la exclusividad de sus instalaciones y servicios, merecedores de la calificación, única en el mundo, de siete estrellas.

Pocos caprichos están fuera del alcance de los afortunados que puedan permitirse una estancia en este hotel superlativo: playa privada, más de 200 suites (las hay hasta de 800 metros cuadrados), algunas con su propia sala de cine, o la posibilidad de ser trasladados desde el aeropuerto en un Rolls-Royce o a bordo de un helicóptero. Quien elija esta última opción podrá tomar tierra sobre el helipuerto en el que Agassi y Federer rodaron en 2008 su spot de promoción del Open de Tenis de Dubái (8). Todos estos lujos, eso sí, no salen precisamente baratos: una noche en la habitación más básica ronda los 2.000 a; en la suite real, la más cara, 14.000.

'Shopping', esquí y tiburones

El dinero en Dubái, especialmente entre la población local –200.000 personas que reciben una subvención vitalicia del Gobierno– y los expatriados occidentales, corre a borbotones, y no escasean los sitios donde gastarlo. Aparte de los zocos tradicionales, como los de las especias y el del oro, la ciudad está más que surtida de centros comerciales.

El Mall of The Emirates (11), con sus más de 600 tiendas, muchas de ellas de primeras marcas como Tiffany, Chopard o Prada, y 10 grandes almacenes, cuenta con una pista cubierta de esquí (12), la más grande del mundo, en la que se puede practicar cualquier deporte de nieve a poco más de cero grados centígrados mientras en el exterior se superan los 50. Aunque para comprar a lo grande, nada como el Dubai Mall, que dobla en número de establecimientos al primero –en su interior hay tantas tiendas como en toda la ciudad de Guadalajara– y que, a falta de nieve artificial, anima las compras con un descomunal aquárium en el que nadan más de 33.000 ejemplares de 85 especies acuáticas diferentes, rayas y tiburones incluidos.

Islas construidas en verso

Ingenieros belgas y holandeses, los mejores en ganarle terreno al mar, proyectaron hace poco más de 10 años este conjunto de islas artificiales dispuestas en forma de gigante palmera datilera, bautizado con el nombre de Jumeirah Palm (13). Por su tronco, una avenida de dos kilómetros de largo atravesada por una autopista y un tren elevado, y flanqueada por hileras de rascacielos, centros comerciales y puertos deportivos, se accede a 17 penínsulas con forma de hoja en las que se alinean 1.700 lujosas villas (hoy salen a la venta desde uno a seis millones de euros), cada una con su propio pedacito de playa. Aquí, dicen los lugareños, tienen casa los Beckham y otros futbolistas, como Michael Owen o Gary Neville.

Finalmente, envolviendo el conjunto, se encuentra la más exterior de las islas, una media luna de 20 km de largo a la que se accede por un túnel submarino de 700 metros, en la que se concentra la mayor parte de la oferta hotelera y recreativa. Quien no se sienta impresionado por la magnitud de este archipiélago, no tiene más que esperar: dos palmeras mucho mayores están ya en construcción. En una de ellas, la de Jebel Ali, las 800 villas proyectadas en una de sus urbanizaciones se alinearán sobre el terreno adoptando la forma de cuatro versos tradicionales árabes, incluyendo uno que suena a declaración de intenciones: "Es preciso un visionario para escribir sobre el agua".

El Dubái del futuro

La reciente burbuja inmobiliaria y la crisis han ralentizado la actividad constructora de la ciudad, pero no la han congelado. El empeño de hacer de Dubái el mayor catálogo mundial de "iconos de creatividad, ingenio y atrevimiento", según aseguran los responsables de Nakheel, la constructora pública dubaití, que este emirato mantiene desde hace ya dos décadas, parece no haber llegado a su fin: proyectos igualmente faraónicos, como The World, un conjunto de islas artificiales que replica la disposición de los cinco continentes, se encuentran ya en avanzado estado de construcción.

También lo están Dubailand, un parque temático presupuestado en 50.000 millones de euros –no lejos de la cifra del rescate que pedirá España– que duplicará la superficie de Disneyworld, en Florida; o la Dynamic Tower (14), un rascacielos que permitirá girar 360º la orientación de cada una de sus 80 plantas para asegurar en cada momento las mejores perspectivas sobre la ciudad. Las vistas al mar o a la puesta de sol sobre el desierto están garantizadas; que no haya grúas afeando el paisaje, no tanto.

Vacaciones para todos los gustos y bolsillos

Los principales alicientes turísticos de Dubái son su espectacular arquitectura y los servicios de lujo, pero la ciudad también permite disfrutar a precios razonables de un clima, especialmente de octubre a marzo, y una oferta hotelera idóneos para el turismo de sol y playa. En la palmera de Jumeirah, la zona más turística, se encuentra el Atlantis The Palm, un inabarcable 'resort' hotelero que ofrece, junto a su propia playa privada, el mayor 'aquapark' de Oriente Medio, con un tobogán de 3o metros de altura que cae sobre un estanque en el que nadan los tiburones... al otro lado de un tubo de cristal (9), claro. Quien además quiera mejorar su 'swing', encontrará en Dubái una gran oferta de campos de golf. En el Emirates Club (10), con su potente iluminación, incluso podrá hacerlo en plena noche.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento