El Reina Sofía reivindica a la santanderina María Blanchard, pintora vanguardista del dolor

  • Una monografía descubre la poco conocida obra de la autora, que triunfó entre los artistas y la crítica de la vanguardia parisina de principios de siglo.
  • Amiga personal de Juan Gris y Diego Rivera, tímida y melancólica, su vida se vio condicionada por una fuerte desviación de columna.
  • Creó obras figurativas, expresionistas y simbolistas; evolucionó al cubismo y volvió a la figuración con un marcado estilo propio.
Óleo creado por Blanchard entre 1916 y 1917, en su etapa cubista
Óleo creado por Blanchard entre 1916 y 1917, en su etapa cubista
María Blanchard - Colección LL-A. Madrid
Óleo creado por Blanchard entre 1916 y 1917, en su etapa cubista

"Cambiaría toda mi obra... por un poco de belleza", decía María Gutiérrez Blanchard (1881-1932). Tímida y melancólica por fuera, la santanderina era un torbellino pictórico. El conjunto de su obra es uno de los secretos mejor guardados de la pintura vanguardista española. Tal vez por su condición de mujer en un panorama artístico copado por hombres o por su humildad innata, no es archiconocida como sus coetáneos y amigos, artistas como Juan Gris o Diego Rivera.

María Blanchard, en el Museo Reina Sofía de Madrid hasta el 25 de febrero, es una exposición monográfica sobre la artista española, una de las grandes figuras de la vanguardia de comienzos del siglo XX. Con 74 trabajos —la mayoría pinturas— entre los que hay una selección de once dibujos que dejan al desnudo la perfección técnica de la autora.

La muestra aporta también documentación sobre la persona, misteriosa e introvertida, siempre condicionada por los defectos físicos con los que había nacido. Durante el embarazo, la madre de Blanchard había sufrido una caída que repercutió en el feto. La artista arrastró toda la vida el estigma que le producía una fuerte desviación de columna: el problema no era sólo de salud; la hacía renegar de su aspecto, influía en su ánimo y se reflejó en su arte.

Resistente en su fragilidad

La exposición reivindica una brillante producción con un recorrido cronológico dividido en tres fases. La primera —Etapa de Formación (1908-1914)— descubre las influencias, con cuadros que muestran con transparencia la admiración por pintores españoles como Fernando Álvarez de Sotomayor, Emilio Sala y Hermenegildo Anglada Camarasa. La artista (aún buscando su estilo) prueba con la figuración, el expresionismo y el simbolismo y se convierte en poco tiempo en una de las figuras de mayor nivel en España. De la época destacan obras como La española (datada entre los años 1910 y 1915), que dará paso a La comulgante, finalizada cinco años después.

En el periodo de formación en París, la ciudad en la que terminó por establecer su residencia, se hizo amiga de Diego Rivera y Juan Gris, con los que compartió estudio y vivienda. Los problemas económicos y de salud conviertieron a Blanchard en una mujer resistente y perseverante en su arte que impresionó personal y profesionalmente a los creadores de la época.

La segunda etapa que destaca la exposición es la cubista (1913-1919), protagonizada por una colección de obras poco conocidas que sin embargo destacan por su calidad. Del primer cubismo de toques figurativos al más sintético, 41 trabajos repasan la fase, dominada por un reconocimiento de la crítica y de los artistas.

Amargura, soledad y dolor

Retorno a la Figuración (1919-1932) ilustra el rechazo de Blanchard hacia las propuestas radicales del dadaísmo y el surrealismo. Con pinturas en las que aún pervive la estructura geométrica, vuelve a la representación de objetos con un estilo propio que le permite seguir evolucionando hacia su plenitud. Crea numerosos cuadros, los más conocidos de su carrera, como El borracho (1920) o Bodegón oval (1925).

De una sensibilidad poética, transmitió con los personajes de sus lienzos la amargura, la soledad y el dolor que la acompañaron durante su vida. Se sometió a un abandono físico extremo: las gafas de cristales rotos y el "vestido horrible de enormes cuadros amarillos y verdes" (del que habla su amiga la escritora Isabel Riviére) eran su indumentaria habitual.

En abril de 1932 murió tras una larga enfermedad. Al discreto entierro acudieron familiares, un puñado de artistas entre los que estaba el escultor y pintor francés André Lhote y un número mayor de vagabundos a los que ella había ayudado.

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