Lleva un mes en Madrid, pero la ciudad no le es desconocida: aquí nació y creció. Sólo dejó la capital cuando sus padres decidieron irse a Ponferrada. Allí hizo un curso de cine y guión y ahora vuelve para probar suerte.
Un objetivo: ser original. Está harto de imágenes de helicópteros que explotan, de chicas que se tiran a los brazos del héroe, de Alatristes y ángeles de Charlie. Echa de menos a los vaqueros de Ford o las locuras de Fellini: «Parece que el cine ha vuelto a ser para algunos como una atracción de feria. Es como volver a los principios: los hermanos Lumière filmaron un tren que iba hacia los espectadores y la gente se impresionaba. Después de tantos años hemos vuelto a eso».
No se considera un purista y no le hace ascos a las películas de baja calidad: «Las pelis de monstruos con presupuesto cero me hacen gracia y respeto mucho a los directores porque se han gastado dos duros, se lo han pasado muy bien y le gustan a mucha gente».
Hace tiempo que rueda cortometrajes. Reconoce que le falta madurez y experiencia para hacer «algo serio que deje pensativo» al espectador. En sus cortos han sido protagonistas superhéroes en huelga o vampiros venidos del espacio: «Tengo de todo. Me gustan los giros de la historia y el humor absurdo. Lo que hago me gusta, no sé si está bien o mal porque no puedo juzgarlo, no tengo tanto ego».
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