Cuarto y mitad de nostalgia

A la una y media de la tarde quedan cuatro gatos en el histórico Mercado de San Miguel. Básicamente, sólo andan por allí inmigrantes, estudiantes y alguna ama de casa rezagada.
Vista exterior del Mercado de San Miguel.
Vista exterior del Mercado de San Miguel.
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Vista exterior del Mercado de San Miguel.
De hecho, hay puestos que han agotado la mayor parte de su mercancía fresca. Otros, la paciencia ante la presión de las grandes superficies y han puesto pies en polvorosa, quejumbrosos de abandonar una de las joyas arquitectónicas del casco antiguo de Madrid.

Competencia desigual

Esos espacios han sido adquiridos por una única empresa que tal vez venda productos para turistas, como en Londres o en París. «Nuestro negocio es familiar y nos resulta muy difícil competir con los horarios de los supermercados. No sé qué ocurrirá en el futuro», dice Guillermo, de 64 años. Su madre ya regentaba la casquería antes de echarle al mundo y ahora está a punto de jubilarse. «Antes se compraban productos tradicionales, ahora la gente prefiere lo exótico», sentencia nostálgico uno de los hermanos Hernández entre el aroma de unas lozanas reinetas destronadas. Desde los años cincuenta han visto cómo cambiaba el paisanaje y también los gustos.

El día de mañana

El futuro del Mercado de San Miguel es incierto, a pesar de haber sido declarado bien de interés cultural en 2000 y estar protegido.

Fue construido al gusto francés del siglo xix por el arquitecto Alfonso Dubé e inaugurado el 13 de mayo de 1916, aunque el mercadeo en este punto de la ciudad tenía ya un siglo de antigüedad. Es el único en hierro que se conserva en Madrid, una vez desaparecidos los de la Cebada y los Mostenses, aunque en España se conservan otros de similares características, como los barceloneses de San Antonio y del Borne, el Mercado del Val, en Valladolid, o el salmantino Mercado de Abastos.

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