El síndrome del coleccionista

  • La afición por acumular objetos y clasificarlos es tan antigua como el ser humano.
  • Juguetes, discos, cómics... Algunas colecciones llevan años de dedicación y podrían formar parte de un museo.
El dibujante de cómics Mauro Entrialgo posa junto a su nutrida colección de dispensadores de caramelos PEZ.
El dibujante de cómics Mauro Entrialgo posa junto a su nutrida colección de dispensadores de caramelos PEZ.
Jorge París
El dibujante de cómics Mauro Entrialgo posa junto a su nutrida colección de dispensadores de caramelos PEZ.

‘Colección’ (del lat. collectio, _-onis): "Conjunto ordenado de cosas, por lo común de una misma clase y reunidas por su especial interés o valor". La RAE define con claridad una afición extendida por todos los rincones del planeta. La definición debería, en algunos casos, contar con un añadido: "... hasta límites insospechados".

El cineasta Guillermo del Toro valdría como perfecto ejemplo. El director de El laberinto del Fauno tuvo que alquilar en Los Ángeles otra casa aparte de la que él ocupa junto a su familia para meter en ella todos los cómics, libros, películas y muñecos a tamaño natural que lleva coleccionando desde hace 37 años. La vivienda, a la que Del Toro llamó Bleak House (la casa lóbrega), es un auténtico museo dividido en salas: la del terror, la de fantasía, arte, cómics...

"El friki es el consumidor por antonomasia", cuenta Gustavo G., un joven coleccionista riojano de cómics y discos, "por eso la industria cultural nos quiere convertir a todos en frikis, porque si un friki como Guillermo del Toro tiene dinero, corre rápidamente a gastarlo en merchandising o cualquier tipo de producto que sea objeto de su veneración". Su amigo José J., de Madrid, también disfruta acumulando objetos de toda índole. Lo hace por "intereses personales, cuestiones estéticas o culturales y, a veces, por una cuestión de nostalgia".

El vitoriano Mauro Entrialgo, dibujante de cómics, guionista y músico, tiene en su casa de la zona madrileña de Goya un auténtico museo. Allí acumula, además de ingentes cantidades de cómics, discos y toda clase de objetos de la cultura pop, una singular colección de dispensadores de caramelos Pez, que no suelen costar más de un euro y medio. "Tengo unos 220 distintos, aunque muchos más repetidos", cuenta. Su favorito es el soldado imperial de Star Wars.

Empezó a coleccionarlos a finales de los ochenta y los compra en viajes. Para Mauro –guionista de la película Gente pez y uno de cuyos discos, en el grupo Esteban Light, se llama Estamos pez–, una colección es "como un juego con reglas que uno mismo se pone. Por eso los caramelos Pez son perfectos, porque, como en todas las colecciones, para conseguirlos tienes que viajar a distintos países y en distintas épocas".

De otra época es también la afición de Belén por los rosarios, un objeto religioso que, en su caso, nada tiene que ver con la devoción. "Soy atea, pero me encantan: los colecciono desde los 12 años –cuenta–. A los que tienen crucifijo les cuelgo un medallón de la india. Me dan buena energía".

Sean figuritas, sellos, juguetes o rosarios, el coleccionismo es tan antiguo como el ser humano. "En el deseo de coleccionar objetos aflora la resistencia al tiempo, el deseo de retener el pasado y mantener la memoria", explica el psicólogo Ignacio Garzón. "Es una manera de poner orden en el caos mediante la clasificación". Cada uno tiene su propio motivo.

Valladolid ha acogido este fin de semana la II edición de Coleccionismo, un encuentro incluido en el marco de la feria de la ciudad y que reunió a aficionados de toda edad y condición. Maquetas de Tente, Lego, Furbys, Tamagochis, numismática... "En época de crisis, el coleccionismo sirve de refugio a inversores, pues los objetos se revalorizan rápido", cuenta su director, Carlos Ramírez. "Además –añade–, todo el mundo es un poco coleccionista. Desde niños ya empezamos a coleccionar casi sin saberlo".

Félix Sanabria

Coleccionista de clicks, con los que contribuyó a batir en 2010 el récord Guinness de clicks juntos, con 68.808 figuras. Vive con su novia y una masiva colección de Playmobil.

¿Cuándo y por qué empezó a coleccionar Playmobil?

De siempre en mi casa hubo clicks._En los noventa empecé a coleccionarlos. Después descubrí que no estaba solo: conocí Aesclic, una asociación de coleccionistas, gracias a la cual mi colección empezó a crecer.

¿Cuántas piezas tiene?

Solo en figuras unas 2.000, aparte de casas, coches, animales, muebles...

¿Cuál es la más preciada?

No podría elegir una sola.

¿Y la que más anhela?

Quizá alguna antigua, de las que tenía de pequeño, alguna del Oeste.

¿En qué han cambiado los clicks de ayer respecto a los de hoy?

En todo. Siguen siendo muñequitos de 7,50 cm, pero cada vez son más innovadores, pelucas, colores, troquelados, ¡incluso cambian las caras!

¿Por qué cree que se siguen vendiendo?

Es un juguete sencillo, manejable, resistente y con un sinfín de posibilidades. Van desde la Prehistoria hasta el espacio, pasando por el Oeste o la Edad Media. Policías, médicos, bomberos... Cualquier cosa que quiera ser un niño tiene reflejo en los clicks.

¿Alguna vez ha amenazado su novia con echarle de casa?

(Risas) No. Nunca ha habido problemas: están todos en el trastero.

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