El ‘parking’ de la Aste Nagusia

Introducirse en el recinto festivo de la Aste Nagusia bilbaína durante los tres últimos años ha sido, poco o más o menos, parecido a correr la maratón de Nueva York, sin ni siquiera dar un solo paso.
A la hora de dirigirse a pedir a la barra de las txosnas había que armarse de valor, respirar para adentro e ir avanzando entre la gente como un jugador de fútbol americano defendiendo una pelota. Pero sin hombreras.

Han sido tres años de empujones y codazos –por no hablar de robos de móviles y carteras– a causa un espacio festivo reducido a la mínima expresión. El aparcamiento subterráneo que se construye en El Arenal, junto a la ría, ha obligado a amontonar las txosnas y, en definitiva, a vivir las fiestas a medio gas.

Hasta este año, que tendrán más espacio, liberando al personal de agobios y manchas de kalimotxo. Aunque a gustos no hay nada escrito, el espacio de El Arenal es en Bilbao el recinto de las fiestas, la Aste Nagusia en sí misma, por mucho que se habiliten escenarios de macroconciertos en Botica Vieja, los hoteles preparen carpas con fiesta del cubata de coco o la plaza de Vista Alegre atraiga a toda la parroquia torera.

Claro que este año será igual de difícil pedir en la barra, pero, al menos, nos quedará el consuelo de no tener que escuchar la música de tres txosnas al mismo tiempo. Si la ordenanza anti botellón no lo impide.

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