Eduardo Sanz: Sergio no quiere molestar

  • Eduardo Sanz Pérez. 31 años. Era empleado civil del Ejército y jugador de fútbol sala. Su viuda acaba de dar a luz.Todos los días de la semana había ido en coche al trabajo. Murió en el tren que explotó en El Pozo las 7:41 del 11-M.
  • “Ver a los dos críos tan pequeños y saber que no tienen padre es algo difícil de entender”, Juan Carlos, su cuñado.
Eduardo y Susana el día del bautizo, en 2001, de su primer hijo.
Eduardo y Susana el día del bautizo, en 2001, de su primer hijo.
20minutos.es
Eduardo y Susana el día del bautizo, en 2001, de su primer hijo.

Sergio nació el día exacto en que su madre salía de cuentas, el 8 de mayo, en un parto de sólo dos horas y sin ninguna complicación. El bebé, que pesó tres kilos y medio, es tranquilo y duerme hasta seis horas de un tirón.

–Desde el primer día se dedicó a comer y dormir. Parece como si supiera lo que ha pasado y no quisiese molestar –dicen en la familia.

El niño nunca conocerá a su padre, Eduardo Sanz Pérez (31 años), una de las víctimas de los atentados del 11-M. Su mujer, Susana García (30), estaba embarazada de siete meses y esperaban con mucha ilusión al crío, el segundo tras el primogénito Eduardo, que cumple tres años en julio. Muchos planes domésticos han quedado en suspenso o reducidos al absurdo.

En la casa familiar, en Azuqueca de Henares (Guadalajara), estaban de reformas. El fin de semana anterior al día negro habían terminado de instalar los armarios empotrados y ya tenían comprado nuevo mobiliario para el cuarto de matrimonio. Eduardo, que era un manitas, dirigía en persona las obras de innovación. Hijo de una pareja de emigrantes españoles que buscaron en Suiza el futuro que no encontraban en España, Eduardo había nacido en Zurich.

Con pocos meses, los padres le trajeron a casa de los abuelos en Guadalajara mientras ellos seguían trabajando en el extranjero. De ese modelo adquirió una tenacidad que le hacía duplicar esfuerzos para el bienestar de los suyos. Trabajaba como personal civil del Ejército en los cuarteles del barrio madrileño de Campamento –primero fue cocinero y ahora se dedicaba al mantenimiento porque quedaban pocos soldados en las instalaciones–, pero no desaprovechaba ninguna oportunidad para llevar a casa un segundo salario: en las horas libres pintaba pisos y trabajaba como camarero de refuerzo en un bar.

–¿Para qué tanto trabajar? –le preguntaba a menudo su mujer.

Se conocieron en 1994 en Tenerife. Susana celebraba un viaje de fin de curso con sus compañeras de Magisterio y Eduardo iba con un amigo, de acoplado. Desde entonces, fueron inseparables. Todo lo hacían juntos y, como Tenerife había sido la tierra del primer encuentro, volvieron de vacaciones tres veces. La viuda no está en condiciones de hablar con periodistas.

Su hermano José Ramón (26) cuenta que, en un primer momento, Susana se contuvo y no permitió que el dolor brotase por temor a malograr el embarazo. Ahora que Sergio ha nacido está peor y se despierta en medio del sueño con tiritonas y llanto. En la maternidad, antes de entrar en la sala de partos, le preguntaron quién deseaba que la acompañase durante el alumbramiento.

–Da igual. Quien quiera, que pase. El que yo quiero no está aquí –contestó.

En la casa de Azuqueca, con armarios y mobiliario nuevo, el pequeño Eduardo está encantado con su recién llegado hermano, el tranquilo Sergio. Hace unos días, dejando a todos con el corazón encogido, le dijo:

–Papá no está, porque se ha ido al cielo. Cuando sea mayor, yo voy a ir a verle.

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