Un tren de primeras veces

La noche estaba siendo un aburrimiento. Aquel día salí con la idea de pasármelo genial suponiendo que era el último finde que pasaba en Conil. ¡Qué malo es crearse expectativas! Cogí mi bolso, me despedí de mis amigas y me marché. No sabía que la verdadera fiesta estaba justo al otro lado de la calle...

Cerré la puerta y bajé los tres escalones de la casa de Miriam. Antes de que pudiera llegar al último, escuché de frente... ¡Olivia! Mis dioptrías me impedían ver la cara de la persona que me estaba gritando pero fruncí el ceño y puse toda mi atención en el chico moreno de camisa de lino blanca. ¿Elías? ¿Era Elías de verdad? ¡Elías!

Nos abrazamos tan fuerte que casi me deja sin aliento. Seguía tan moreno y fuerte como siempre. Su acento gaditano siempre me trajo loca, a mí y al resto de peregrinas que bajábamos a Cádiz desde Madrid. Elías fue el primero. El primero de todo. El primero que me enamoró, el primero que me besó, con y sin lengua. El primero al que toqué el paquete. El primero con el que hice el amor y posteriormente eché un polvo. El primero que me quiso. El primero que quise y, para finalizar, el primero y último que me rompió el corazón.

Fue con una brasileña hace ya un par de años. Desde entonces no nos habíamos vuelto a ver. Llevábamos dos horas hablando y casi ya amanecía. Seguíamos con Paco, su amigo, riendo y bebiendo cerveza en el rellano de la casa. No había pasado el tiempo por nosotros ni por nuestras ganas de poseernos el uno al otro. Era más que una atracción sexual. Lo nuestro durante mucho tiempo fue puro vicio.

La madurez y los años me hicieron diferenciar entre el amor y el sexo. Elías seguía teniendo ese poder en los ojos que tanto me entusiasmaba pero Paco... Francisco García Moreno no hacía referencia a su apellido. Unos tirabuzones rubios le caían por el hombro. Su piel caramelo contrastaba con dos luceros de color miel y un halo macarra que se apoderó de mi libido. Nunca antes me había ocurrido nada igual pero me quería tirar a los dos. No por partes, juntos.

Pedí a Paco entrar al baño y Elías sugirió fumar sisha en el interior de casa. Me encantó la idea. Minutos después el aire sabía a frambuesa, el vapor humedecía la estancia y yo me encontraba sentada en medio de mis dos vicios. Mientras hablaba con Paco mirándole la boca y mordiéndome los labios iba palpando el rabo de Elías por encima de sus bermudas. Ambos se percataron de qué iba la situación y la verdad es que se encontraron bastante cómodos con ella.

Mientras el rubio me besaba yo masturbaba al moreno. Ambos me manoseaban las tetas, me pellizcaban los pezones e incluso probaban a qué sabía la piel de mis areolas. Yo seguía tocando a Elías mientras Paco frotaba mi clítoris. El sudor corría por su frente cayendo por un abdomen perfecto y esculpido a cincel. A dos manos y ellos a cuatro. No aguantaba más el placer en mis partes por lo que para alargar la situación me puse de rodillas y comencé a comérsela a los dos. Primero una y luego la otra. En ocasiones las dos a la vez en mi boca. Me encantaba sentirme como una diosa. Era dueña de la situación y mandaba por encima de sus deseos. No me iba a dejar follar aquella mañana.

Ambos acabaron en mis pechos. Era una situación muy excitante. Yo había llegado al orgasmo sin necesidad de usar las manos ni que ellos usaran las suyas. El momento hizo las veces de dedo y conseguí llegar al éxtasis con tan sólo el clímax que habíamos creado.

No les vi en los días restantes pero sí se quedaron con mi teléfono. Elías ya lo tenía pero Paquito no. A las dos semanas de estar en mi Madrid un número desconocido hacía vibrar mi móvil. Siempre se me olvida grabarlos. Un acento gaditano y un aire de frambuesa entró por mis oídos. ¿Paco? ¿Paco, eres tú? ¡Paco! En ese momento fui consciente de que volvía a arrancar un tren de primeras veces...

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