Chus Macías Rodríguez: Los mundos de Chus

  • Chus Macías Rodríguez. 30 años. Sicóloga en el departamento de recursos humanos de Vodafone. Quería quedarse embarazada y anunciarlo en la boda de una amiga. Murió en el tren que explotó en Santa Eugenia a las 7:42 del 11-M.
  • “Nunca fue rencorosa. Si eras capaz de hablar con ella, siempre sabía perdonar”, Sose, su amiga.
Desde la izquierda, Chus y sus amigas Yoli y Sose, en Guardamar-Alicante, en mayo de 2003.
Desde la izquierda, Chus y sus amigas Yoli y Sose, en Guardamar-Alicante, en mayo de 2003.
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Desde la izquierda, Chus y sus amigas Yoli y Sose, en Guardamar-Alicante, en mayo de 2003.

Estaba cansada de los cumpleaños sosos y, cuando cumplió 30, decidió organizar una sonada fiesta de disfraces. Era el día siguiente a la última Navidad y todavía quedaba inocencia en el aire de Madrid. Invitó a la pandilla al completo, las seis parejas inseparables que eran casi familia desde hace ocho años. Sólo puso una condición: la noche sería temática y cada uno se disfrazaría de lo que deseaba ser de mayor. Ella, María Jesús Macías Rodríguez (30 años), Chus para todos, volvió a darles otra lección de cordura: se disfrazó de anciana.

–Siempre fue más inteligente que cualquiera de nosotros, más madura. Vivía en su mundo y las cosas malas no atravesaban la frontera, dice su mejor amiga, María José Galán (33), Sose, que aquella noche fue disfrazada de diablo. Antes de demostrar que también los diablos lloran en estos perennes días de duelo, añade:

–No la han dejado ser mayor y ella sólo quería eso, ser mayor. Sus amigos están seguros de que Chus reside ahora en los “Los mundos de Yuppi”. Así le decían (“Chus, lo tuyo son “Los mundos de Yuppi”) cuando le explicaban algo y ella necesitaba darle vueltas, codificarlo, mirarlo desde diferentes ángulos para ver con precisión. A veces tenían que empujarla, pero, una vez en marcha, porque nadie es más apasionado que un soñador, era una máquina de amistad, afecto e ilusión.

Aquella tarde de mayo, por ejemplo, en la playa de Guardamar, en Alicante, la clave era sólo chicas, nada de maridos. Se zamparon una paella bien construida, apuraron la jarra de sangría y sacaron todas las minifaldas y los tops para que Chus, que siempre iba muy tapada (“a veces se pasaba de puritana”), le hiciese competencia al atardecer. Al final sólo ligó ella. Aunque Sose opine que “yo era la macarra y ella la fina”, había un punto de rebeldía sutil en Chus. Sus gustos parecen demostrarlo: Lucía Extebarría en literatura y Ramoncín en música. Claro que, para compensar esa tendencia al desafío, adoraba la vida familiar y se sentía en la gloria en la casa de todos, el campo, a donde se escapaba cada vez que podía. Le gustaba la buena estrella y, como tenía un algo de supersticiosa, había comprado un felpudo para la casa nueva a la que se está trasladando Sose.

– ¡Qué mala suerte para ella que tuvo tanta en la vida! Murió en el tren con menos muertos y en el tanatorio la velamos en la sala número 13.

Después de una década de hincar los codos para sacar la carrera de Sicología y la especialización en recursos humanos, Chus sentía que le tocaba vivir dulcemente. Hace casi cuatro años se casó con José Antonio Reglero (32), empleado de una inmobiliaria, al que ahora toda la pandilla arropa y cuida con fidelidad. Vivían en Coslada, muy cerca de la estación de Cercanías, porque Chus quería tenerlo fácil para ir a trabajar. El futuro se dibujaba con trazos tan limpios que pensaban en ser padres. Sose se siente culpable, llora con facilidad y no logra que el sueño sea más que una espiral. Le duele no haber visto a Chus el fin de semana anterior a los atentados y, sobre todo, cree que no le ofreció la misma cantidad de cariño que ella le entregó.

Durante tres eternos días intentó vanamente recuperar la imagen de su amiga. Necesitaba verla. Ahora lo ha conseguido. Cada noche, antes de dormir, cierra los ojos y le desea, cara a cara, felices sueños. Lo seguirá haciendo, pese a que sabe a ciencia cierta que todos los sueños son radiantes en los mundos de Chus.

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