La cita, a las doce en el Hotel Four Seasons de Houston, donde Rudy, alto y extrafino, llega somnoliento. "Llegamos ayer y apenas he dormido". Juega día sí y día también, sin descanso, "algo que el cuerpo termina notando, y eso lo he aprendido esta temporada, entre partidos y aviones", dice. Y entonces, Rudy se convierte en lo que realmente es pero no es, un chaval de 24 años lejos de casa. "Mil veces me he rayado y me han dado ganas de dejarlo todo y volverme, pero éste es mi sueño, juego en la NBA, no me puedo quejar".

En Portland, Rudy es feliz, sorprendido gratamente por la "educación de la gente" y con escaso margen para lo social: "Cuando no juego, salgo con Sergio, chateo o nos vamos de farra con los compañeros, pero tampoco mucho, que aquí todo cierra a las dos", matización necesaria.

Tampoco el estómago de Rudy padece morriña, bueno, algo sí: "Tenemos cerca un restaurante español, Pata Negra, al que vamos, pero claro... ese pan tumaca se echa de menos". Sus compañeros le interrogan al respecto: "Quieren saber qué tal se come en España, si hay tanta fiesta y cómo son las chicas". Del asunto del ligue, Rudy lo tiene claro: "Con mi novia me vale".

La metamorfosis del jugador también afectó a su rol en el equipo. Una frase lo resume: "Me gustaría tener más el balón". Más motivos para quejarse tendría su compañero Sergio Rodríguez, el Chacho. Rudy opta por la diplomacia para pasar sobre el asunto de puntillas: "Sólo te digo que siempre que le dan minutos, él responde".

"Creo que el mejor de todos es Kobe"

Fuera del vestuario, donde no termina de acostumbrarse a la cuestión de atender a la prensa con una toalla como única prenda, dos personajes llaman la atención del jugador español: "Creo que el mejor de todos es Kobe Bryant". No siente el mismo apego por la otra gran estrella, LeBron James y sus numeritos prepartido. "Le gusta hacer esas tonterías, pero allá él. Eso sí, el tío es una mula".

Rudy abandona la entrevista con andares cansinos hacia el entrenamiento. El domingo tocará partido y después avión, y un nuevo entrenamiento antes de un nuevo partido y un nuevo avión, 'El día de la marmota'. Todo nuevo, rutinario y agotador. El sueño merece el sacrificio, y Fernández está convencido de ello.