Los romanos ya hacían apuestas deportivas

  • Cómodo hizo de su palacio imperial un casino.
  • Los romanos apostaban a carreras de caballos, gladiadores y peleas de gallos.
  • Justiniano legisló el juego por primera vez.
El Colisea romano durante una conmemoración de los Juegos Olímpicos.
El Colisea romano durante una conmemoración de los Juegos Olímpicos.
El Colisea romano durante una conmemoración de los Juegos Olímpicos.

El juego y las apuestas existen desde el origen del hombre. El ser humano lleva en los genes el interés por el entretenimiento y la curiosidad por el azar. De hecho, se han encontrado diversos objetos prehistóricos (dados, tabas) destinados tanto al uso lúdico como a ciertos fines adivinatorios.

Algunos estudiosos afirman que los juegos de azar provienen de las prehistóricas competiciones deportivas, en las que los rivales en una carrera o una lucha apostaban antes del inicio del evento para obtener así una doble victoria: la moral y la económica.

Aquellos que quedaban imposibilitados a la práctica física poco a poco desarrollaron otros juegos que simulaban la competición real, como el backgammon, el juego de mesa más antiguo que se conoce (5.000 a.C.).

Así se configuró el hombre apostante, que buscaba un placer en arriesgar cierto dinero o alguna propiedad en un juego o en una práctica física.

Ahora bien, se podría decir que las apuestas como tal en España datan de la época romana. Los cartagineses fueron expulsados de Hispania por los romanos, quienes aplicaron sus propias costumbres a todos los ámbitos de la nueva sociedad hispánica.

La ingente cantidad de dados encontrados en las ruinas romanas deja de manifiesto que los ciudadanos romanos eran unos jugadores empedernidos. Apostaban en las luchas de gallos, en las carreras de carros y, por supuesto, en el espectáculo por excelencia de la época, las peleas de gladiadores.

Incluso los romanos configuraron una legislación en torno a las apuestas. Fue el código de Justiniano, que limitaba los juegos a los cuales se podía apostar y obligaba a los apostantes a saldar sus deudas.

Los emperadores eran amantes de estas prácticas lúdicas, tal y como cuenta el autor clásico Suetonio. Calígula era un tramposo, Vitelio destacaba por su habilidad y César Augusto lo hacía por su generosidad. Cómodo, hijo de Marco Aurelio, convirtió el palacio imperial en un auténtico casino para obtener algunos ingresos y sanear su mala situación financiera.

A partir del siglo V el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio Romano. El juego se popularizó entonces incluso entre la comunidad sacerdotal. Finalmente la Iglesia católica decidió prohibir el juego entre los eclesiásticos.

Pronto llegaría la caída del Imperio Romano y las invasiones en la península de diversos pueblos bárbaros. Cómo el juego y las apuestas penetraron en la Edad Media. Pero esto es otra historia.

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