Claudio Bravo, el portero-delantero

El portero del Manchester City Claudio Bravo, en un partido.
El portero del Manchester City Claudio Bravo, en un partido.
GTRES
El portero del Manchester City Claudio Bravo, en un partido.

Un portero es un niño que entendió que no servía de delantero. Si no encontró otra ubicación dentro del campo (defensa, centrocampista, enganche, extremo...) es porque en el fútbol caótico del patio no se andan con disquisiciones posicionales: o sabes jugar o te haces a un lado. Salvo que seas el portero, claro.

Desde este punto de partida, podemos afirmar que ningún joven ama tanto el fútbol como aquel que está dispuesto a desollarse las rodillas y los codos, a rebozarse en el barro y a observar en solitario y desde lejos como sus compañeros se dan un festín de goles.

Quiero suponer que esa primera renuncia infantil forja el carácter de los guardametas y doy por asumido que si en las porterías coinciden un número desproporcionado de zurdos es porque quienes se manejan con la pierna izquierda son poéticamente habilidosos o dramáticamente torpes, sin que quepa el término medio. O Messi o Casillas.

Claudio Bravo no es zurdo, aunque sí fue delantero y como goleador llamó la atención del Colo-Colo. Hasta que alguien le propuso el reciclaje y el chaval entendió que sería eso o, probablemente, no sería nada. En ese instante no pudo ni imaginar cuánto le valdrían después las habilidades previamente adquiridas.

Lo que siguió fue una carrera de obstáculos. Cuando Claudio Bravo llegó a la Real Sociedad se presentó como el tercer portero extranjero en la historia del club (tras Asper y Westerveld), una rareza en una tierra que, como Guipúzcoa, ha visto nacer a Iríbar, Esnaola, Artola, Urruti o Arconada. El desafío se complicó con el descenso y con una larga travesía por la Segunda División. Su único consuelo es que habitaba en una de las ciudades más hermosas del mundo conocido, San Sebastián.

Cumplida la pena, la Real lució un portero de excelentes reflejos y de estiradas memorables, prometedor para los optimistas y palomitero para los escépticos. Ya saben que hay quienes consideran que la sobriedad debe ser la primera virtud de quien defiende una portería. Y nada más sobrio que un portero tan bien colocado que nunca necesita tirarse al suelo, tamaña vulgaridad.

En el Fútbol Club Barcelona supieron apreciar que Bravo no sólo era el portero favorito de los fotógrafos. Su fichaje sorprendió tanto como el de Keylor Navas por el Real Madrid. Por alguna extraña razón, sentimos prejuicios hacia los porteros que paran mucho, como si fueran incapaces a adaptarse a las paradas selectivas que exigen los grandes clubes.

Claudio Bravo hizo algo más que adaptarse al nuevo entorno. En el Barça, firmó el mejor inicio de un portero en la historia de la Liga (754 minutos imbatido) y batió el récord de partidos con la portería a cero (23). Además de ganar una Champions, dos Ligas y dos Copas. Por no mencionar sus méritos con la selección de Chile.

Sin embargo, lo que llamó la atención de Guardiola no fueron sus medallas (o no sólo), sino su capacidad para jugar con los pies y convertirse en el iniciador del juego del equipo. Así es como funciona el Barcelona desde hace algunos años y eso es lo que predica Guardiola allá donde va: a los porteros hay que valorarlos tanto por las manos como por las piernas.

Lo que parece un regalo es en realidad una tortura. A cambio de participar más, el cancerbero debe reprimir el impulso básico de alejar, como sea, la pelota de su portería. Prohibido el patadón, cada vez que el contrario presiona (y presiona mucho porque está avisado), el portero deja de jugar con balones para hacerlo con cuchillas.

En ese nuevo desafío se haya Claudio Andrés Bravo Muñoz, en vísperas de la visita del Chelsea, partido crucial en el devenir del campeonato. Por un lado, debe desprenderse de la sombra de Joe Hart, desterrado en Turín y todavía guardameta de la selección inglesa. Por otra parte, tiene que acostumbrar a los aficionados a que la vida será así a partir de ahora, un viaje entre el placer y el pánico. Son los nuevos tiempos. El portero adulto sufre en la misma medida que goza el niño delantero. La sobriedad queda para los abstemios.

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