El entrenador del Depor, Joaquín Caparrós, tenía claro cómo quería jugar al Madrid. Aleccionó a sus hombres para que presionaran la salida del balón y no dejaran respirar a la defensa blanca, formada por Woodgate y Ramos, ni al centro del campo, al que volvió Helguera.
De esta forma, los blanquiazules dispusieron sobre el tapete un encuentro muy físico y agresivo del que los jugadores de Luxemburgo dimitieron desde el pitido inicial, aunque en los primeros compases intentaran dormir el ritmo del partido.
Los goles fueron fiel reflejo de lo que fue el partido y de las intenciones de uno y otro equipo. El Depor demostró ansias de ganar y el Madrid se arrastró indolente por Riazor.
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