La fe mueve montañas y el dinero también, Qatar es el ejemplo más cercano. Estos días que estrenamos Mundial y, hasta los que poco sabemos de fútbol acabamos hablando de ello, han puesto sobre el tapete de nuevo algo que, aunque bien conocido, no deja de sorprendernos: los poderosos intereses económicos y políticos que mueven los hilos de este deporte y que se han puesto especialmente de manifiesto en esta ocasión con la discutida elección de la sede qatarí.
En la ceremonia inaugural contaron las presencias y las ausencias. Poderosos nombres de la música pusieron por delante sus convicciones y rechazaron participar en un espectáculo que consideran que normaliza una situación de discriminación.
Otros sí acudieron. Morgan Freeman, para sorpresa de muchos, fue el maestro de ceremonias y recitó su papel con la convicción que un buen actor pone cuando interpreta, pero la sombra de Nelson Mandela pesaba sobre el estadio.
En Qatar se está jugando con algo más que un balón en el terreno de juego. La selección alemana tuvo que arrinconar su protesta en forma de brazalete arcoíris ante las amenazas de sanciones deportivas y resonó con fuerza la muda protesta de la selección iraní, que no cantó las estrofas del himno impuesto oficialmente en su país.
No sabemos qué nos deparará el Mundial los próximos días. De momento Argentina, siempre una de las grandes favoritas, perdió ante Arabia Saudí, que declaró fiesta nacional, Alemania cayó ante Japón y España se estrenó con goleada histórica frente a Costa Rica.
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