'The Mandalorian' nos enseña que no sirve de nada aferrarse a los dogmas (y eso es puro Star Wars)

Repasamos todo lo que ha dado de sí la segunda temporada de la serie de Disney+ y cómo nos ha emocionado.
El pequeño Grogu está a punto de hacernos llorar mucho
El pequeño Grogu está a punto de hacernos llorar mucho
El pequeño Grogu está a punto de hacernos llorar mucho

Apenas se habían emitido un par de episodios en Disney+ cuando, a finales de 2019, se extendió un clamor: “esto sí que es Star Wars. No era necesario inferir qué no era Star Wars a raíz de este, pues muchos de sus miembros tardaron poco en especificarlo. “Lo único decente que ha hecho Disney con la marca”. “Muchísimo mejor que las secuelas”. Era fácil llegado el momento que estos juicios fueran aún más específicos y empezaran a contener elementos como “diversidad forzada”, “políticamente correcto” o “por fin han sacado la política de Star Wars. Obviando, al parecer, que en La venganza de los Sith se había detallado cómo muere la democracia y que en la trilogía original el Imperio estaba claramente identificado como un trasunto de los nazis.

No era agradable ser fan entonces de Star Wars, aunque a decir verdad no lo ha sido nunca. Militar en este fandom, sentir un interés que traspase por mucho el simple entusiasmo o el instinto (auto)crítico, siempre ha exigido que te posiciones radicalmente a favor o en contra de ciertos tótems: fueran los Ewoks en los 80, las precuelas de George Lucas o, ahora, la trilogía de secuelas que ha desarrollado Disney. El fandom no admite matices, solo polarización, y Star Wars siempre ha dividido, dándose el caso excepcional de que existan seguidores de la saga que solo hayan disfrutado plenamente de dos películas y media. Por eso resultaba tan sorprendente The Mandalorian. Y por eso, también, la práctica unanimidad en su recepción podía conducir a escenarios problemáticos.

Póster de 'The Mandalorian'
Póster de 'The Mandalorian'

Concluida la segunda temporada de la serie de Jon Favreau, y desarrollándose las primeras disensiones más o menos agrias a las que ha dado lugar su último episodio, es tan sencillo como el primer día entender por qué The Mandalorian ha gustado tanto. Es una serie agradable. Espectacularmente bien hecha. Concienciada con que, por encima de culebrones familiares y narrativas transmedia, su vocación fundamental es la de dispensar placer a los conversos. Una serie llevada a cabo por personas como Jon Favreau o Dave Filoni, que ya han demostrado sobradamente saber lo que hacen. Una serie que sacia. Que hace olvidar, la mayor parte del tiempo, esa polarización.

Es interesante plantearse si esa alergia al conflicto es verdaderamente Star Wars, o solo un Star Wars cuidadosamente destilado para no molestar y hacer olvidar, efectivamente, los errores en los que ha caído Disney en el pasado. Esta segunda temporada, cuando ya parece más o menos demostrado todo lo que The Mandalorian tiene que ofrecer, es el mejor punto de partida para desentrañarlo.

A PARTIR DE AQUÍ, SPOILERS DE LA SEGUNDA TEMPORADA DE THE MANDALORIAN

Los primeros episodios de The Mandalorian parecían una isla. La serie de Jon Favreau se regodeaba en constituir una sucesión de aventurillas independientes del gran esquema de las cosas, protagonizadas por un Hombre sin Nombre de origen desconocido e iconografía absolutamente irresistible. Hacía de la ligereza su gran baza, retrotraía a tiempos más sencillos a través de sus episodios (más o menos) autoconclusivos. La inyección de un gran presupuesto a este formato, pionero tecnológicamente y concienciado con vender un futuro de Disney+ sepultado por las franquicias, no hacía más que refrendar la alegría tan pura, tan falta de complicaciones, que pudiéramos sentir hacia la serie.

The Mandalorian recordaba entonces a Una nueva esperanza no solo por los insistentes guiños a la primera película de Star Wars, sino por su interés en presentar una aventura clásica dentro de un entorno de ensueño, donde todo pareciera conocido al tiempo que nuevo. El casco de Din Djarin remitía al de Boba Fett, pero donde este había ocultado el rostro de un personaje de mínima hondura en la trilogía original, aquí traía aparejados unos orígenes, una experiencia y (si solo habías visto las películas) toda una cultura que ahora, plácidamente, se desenrollaba ante nuestros ojos. Lo mismo ocurría con el Niño, luego llamado Grogu. Conocíamos a Yoda, pero nunca nos habíamos planteado si existían otros miembros de su especie y qué relación tendrían con la Fuerza.

Hola, bebé
Hola, bebé

La serie de Favreau incorporaba con tranquilidad y tomándose su tiempo todo un nuevo lore para los fans de Star Wars, y lo hacía manteniéndose ajena a debates sobre el destino de tal personaje o a lo ocurrido con la República. Se ambientaba entre El retorno del Jedi y El despertar de la Fuerza, pero eso no tenía importancia; el Imperio seguía existiendo como ese remanente monolítico del mal que siempre había sido, y seguía enfrentándose a unos aventureros que, por muy apolíticos que se declararan, siempre escogían el camino correcto. The Mandalorian atrajo a tanta gente nueva al fandom no solo por Baby Yoda, sino por ofrecer un mundo en el que todos se sentían bienvenidos.

Entonces llegó la segunda temporada.

The Mandalorian ha abandonado la ligereza de sus anteriores episodios para proclamar que es Star Wars no solo por esencia, sino también por presencia. Algo que ha derivado en el regreso de múltiples personajes cuyas raíces se hunden en lo más recóndito del universo de Star Wars, y en la introducción de Mando y sus acompañantes en el gran drama galáctico que la primera temporada había esquivado durante buena parte de sus tramos. En la segunda temporada se ha demostrado, de forma paralela a un monstruoso Investor Day que ha anunciado hasta diez nuevas series de Star Wars, que el plan era mucho más ambicioso de lo que podíamos entrever. Pesara a quien pesara.

Así está el tema
Así está el tema

No ha sido algo malo, sin embargo, gracias a que la primera temporada sentó unas bases muy sólidas y la segunda las ha respetado lo suficiente como para que nadie olvide que está viendo The Mandalorian y no un spin-off de la saga, o mucho menos un "episodio". ¿Y cuáles son estas bases? Pues las que siempre han cimentado Star Wars. Porque no hemos dejado de hablar de esencia, y no dejaremos de hacerlo por más que para resumir el devenir de la temporada tengamos que recurrir a un agotador namedropping.

Ahsoka Tano, Bo-Katan Kryze, Gran Almirante Thrawn, Luke Skywalker, Boba Fett, Bib Fortuna. Sí, demasiados personajes, con demasiadas subtramas y lazos con sucesos anteriores, han asaltado el streaming en estas últimas semanas. Y, sin embargo, ninguno de ellos ha eclipsado lo más mínimo a la pareja protagonista de la serie.

Rosario Dawson como Ahsoka
Rosario Dawson como Ahsoka

Te queremos, Mando

Hay algo profundamente hermoso en el planteamiento de The Mandalorian, que retrotrae al western clásico de forma más efectiva que diez paralelismos visuales a elementos sobadísimos del género. Esto es, que la serie no deja de estar protagonizada por un pobre hombre. Un tipo humilde sin ambiciones ni demasiada inteligencia, que solo se preocupa por hacer bien su trabajo, y al que sin embargo el destino ha colocado en una tesitura extraordinaria. Como resumen de esto, pocos diálogos tan ilustrativos como el que tiene lugar en La Jedi, cuando el personaje de Pedro Pascal conoce a Ahsoka Tano (Rosario Dawson).

La legendaria guerrera, heroína de las Guerras Clon y antigua discípula de Darth Vader, le pregunta a Mando si el pequeñín que le acompaña es capaz de utilizar la Fuerza. Mando titubea y pregunta a su vez: “¿Te refieres a sus poderes?”.

La pareja del año
La pareja del año

Mando es un outsider. Un tipo que viene y va, de buen corazón pero cierta incapacidad para entablar redes afectivas (por motivos que examinaremos en breve). Las circunstancias le han convertido en el protector de una de las criaturas más poderosas de la galaxia, y por puro sentido común solo puede reaccionar a tal situación tratando de proteger al crío y llevarle ante alguien que le entienda mejor que él. En la búsqueda de ese alguien, el Mandaloriano hará multitud de favores a cambio de información, y se meterá en grandes conflictos bélicos relacionados con un posible resurgir del Imperio, la formación de un ejército para la Nueva República y los intentos de recuperar Mandalore.

Es imposible no adorar a Mando, o al menos no sentir cierta ternura hacia él cuando se enfrenta a una movida que apenas entiende y, luego de un ademán resignado, se lanza a la batalla. El equipo de Jon Favreau ha acertado de pleno al dar con un protagonista vulnerable, cuya aparente inexpresividad oculta unos sentimientos con los que todos podemos empatizar: deseo de hacer las cosas bien, cansancio, agobio, vértigo. Y, lo más importante, un amor llameante por la criatura que debe cuidar.

La primera vez que vimos el rostro de Din Djarin
La primera vez que vimos el rostro de Din Djarin

Puede que lo militantemente que suscribe Baby Yoda todos los preceptos de lo cuqui (referentes a una entidad que está por encima del bien y del mal y, por lo tanto, ajena al carácter fuertemente moral que guía las acciones de Mando) hayan podido conducir a lo largo de esta segunda temporada a momentos peliagudos. Puede, de hecho, que el furioso ADN corporativo que vertebra a Grogu afecte a la serie de forma que a veces sus responsables no saben controlar, pero a la larga es lo de menos: lo importante de Grogu no es tanto su adorabilidad, como la reverencia que le profesa Mando. No solo porque esta encuentre ecos en la propia audiencia de The Mandalorian, sino porque ha terminado desembocado en la tesis subyacente a las andanzas de este cazarrecompensas, así como en en el último episodio de esta temporada.

Donde, por cierto, el que aparezca Mark Hamill con el mismo intolerable CGI al que Disney nos tiene acostumbrados es lo de menos.

Nada, que Disney no aprende
Nada, que Disney no aprende

El espíritu reformista de Star Wars

Llegados a este punto, no deja de tener su gracia que The Mandalorian haya sido considerada como una buena expansión de Star Wars en detrimento de las secuelas dirigidas por J.J. Abrams y Rian Johnson, cuando los presupuestos emocionales que la apoyan tienden puentes con lo tratado en las nueve películas de la saga principal. Así como, sobre todo, con uno de sus elementos más debatidos: los preceptos de la Orden Jedi y el modo en que se ha gestionado la formación de sus integrantes.

En su momento, las primeras tres películas de Star Wars ya desarrollaban una relación ambivalente con el camino Jedi que debía tomar su protagonista, Luke Skywalker. El adiestramiento del protagonista de la trilogía original, así las cosas, distaba de ser recto y de plegarse en todo momento a lo que le decían sus maestros; de hecho, el personaje de Mark Hamill no dejaba de desobedecer sus instrucciones y desafiar sus arraigadas creencias. Yoda temía que Luke fuera demasiado mayor para iniciar su entrenamiento, pero aún así acababa cediendo y contribuyendo a la formación del héroe que salvaría la galaxia.

Mark Hamill en 'El retorno del Jedi'
Mark Hamill en 'El retorno del Jedi'

Solo era el principio. En El imperio contraataca, Luke desobedecía las órdenes de Yoda para acudir a ayudar a sus amigos. Posteriormente, cuando por culpa de esta insubordinación descubría que Darth Vader era su padre, tenía que soportar cómo Yoda y Obi-Wan (el mismo que le había mentido sobre el destino de Anakin Skywalker), sin sensibilidad alguna, le exhortaban a acudir al encuentro del esbirro del Emperador para darle muerte. Le exhortaban a matar a su padre, aun cuando Luke se sintiera incapaz y pensara que aún era posible que anidara algo de bien en él.

Luke acertó. Gracias a desoír a Yoda y Obi-Wan logró que Vader se redimiera y contribuyó a la caída del Emperador, demostrando que debía buscar un camino propio más allá de la doctrina Jedi. Por si fuera necesario, el mismo George Lucas pareció querer darle la razón a Luke al plantear las precuelas como un juego de ecos frente a los logros de Luke Skywalker. Anakin había fallado donde Luke acertó, por verse obligado a una formación Jedi a la antigua usanza (en la misma época donde la vanidad de estos guerreros facilitaría el ascenso de Darth Sidious) y negar sus sentimientos una y otra vez. Los Jedi habían sido casi tan culpables como Palpatine en el nacimiento de Darth Vader, pero ahí había estado su hijo para encontrar una tercera vía.

Hayden Christensen en 'El ataque de los clones'
Hayden Christensen en 'El ataque de los clones'

Llegamos entonces a las secuelas. Se puede esgrimir en contra suya que hay bastante caos discursivo entre las películas de Abrams y el polémico episodio de Johnson, pero este tratamiento escéptico de los credos heredados sigue estando ahí: en el hartazgo de Luke Skywalker luego de haber fallado al reformar la Orden Jedi, en la necesidad de que Rey (Daisy Ridley) siga su propio camino ajena a imperativos familiares y, sobre todo, en la quema de los antiguos libros de la Orden. Libros, claro, que no son quemados en su totalidad, porque Star Wars no aboga por la destrucción de los dogmas, sino por la necesidad de no temer a sus reformas.

Y las reformas necesitan algo de lo que partir.

Daisy Ridley en 'Los últimos Jedi'
Daisy Ridley en 'Los últimos Jedi'

No me hables de fanservice, háblame de amor

The Mandalorian no es una aventura vacía de estupenda factura, sino una expansión perfectamente pensada de cuestiones que llevan cercando Star Wars desde 1977. Ha sido esta segunda temporada, aun cuando parezca atiborrada por el regreso de viejos conocidos y la necesidad de incluir una gran escena de acción en cada episodio, la que se ha encargado de hacerlo explícito, una vez descubriéramos en la tanda inicial de episodios los orígenes de Mando. Alias de Din Djarin; huérfano que tras tomar el Camino del Mandalore se había comprometido a llevar casco durante toda su vida, sin que ningún ser vivo pudiera verle el rostro.

Pese a lo que pueda parecer, llevar oculta la cara para tuvo unas consecuencias que iban más allá de pósters molones, sobre todo a un nivel dramático. El casco determinó para siempre el carácter de Djarin, su aislamiento, su forma de estar en el mundo, y condujo a una vida comprometida al trabajo y a ajustarse a un credo donde solo podía estrechar lazos más o menos firmes con compañeros de profesión. Camaradas que admiraban la entereza del Mandaloriano, su fría profesionalidad, y se tomaban ese casco como una advertencia de que no tenía mucho sentido tratar de ahondar en la personalidad del protagonista. Él lo prefería así, claro.

Dos mandalorianos entran en un bar...
Dos mandalorianos entran en un bar...

Hasta que conoció a Grogu. Hasta que se vio obligado a viajar por la galaxia junto a una criatura (más o menos) inocente, y a pasar una gran cantidad de tiempo con ella, convirtiéndose poco a poco y entre regañina y regañina en una figura paterna para el Niño. El Camino del Mandalore exigía soledad, exigía (como exigía la Orden Jedi) una vida sin apegos, y Mando lo empezó a transgredir desde el mismo momento en que sintió por Grogu algo parecido al cariño.

El apego de Grogu al cazarrecompensas, a su vez, también depararía en un conflicto similar al que afrontaran en su momento Anakin y Luke Skywalker, con Ahsoka (que en The Clone Wars se había apartado por propia voluntad de la Orden Jedi) negándose a entrenarlo por intuir a otro posible Darth Vader. Nuevamente, Star Wars volvía a incidir en los conflictos entre dogma y amor, y dos capítulos después proponía una salida… por boca de un antiguo soldado imperial, Mayfeld (Bill Burr) y a través de un speech que parecía cínico pero que era todo lo contrario.

Bill Burr como Mayfeld
Bill Burr como Mayfeld

Mayfeld defendía entonces que cualquier sistema de creencias era susceptible de derrumbarse cuando quien lo profesaba se veía entre la espada y la pared. Lo hacía para burlarse de la ansiedad de Mando por quitarse el casco, pero en sus palabras también cabía rastrear el escepticismo de Han Solo cuando le hablaban de la Fuerza en Una nueva esperanza. En el mismo capítulo Mayfeld tendría oportunidad de aclarar a qué se refería, una vez no podía contener la rabia y daba muerte a un oficial del Imperio que se burlaba de los civiles muertos. Poco antes de decir, sin embargo, una frase muy llamativa: “la gente que dice necesitar libertad en realidad necesita orden”.

El Imperio representaba entonces la peor cara de esos dogmas: un sistema fascista, despiadado, que aplastaba el libre albedrío, y Mayfeld se revelaba contra él defendiendo otro sistema alternativo. Uno cimentado por la moral, por la conciencia de lo que era correcto. Al mismo tiempo, y al otro lado de la sala, Pedro Pascal nos demostraba lo gran actor que era al personificar a un Mando totalmente desubicado sin su casco. Desnudo, tembloroso ante la posibilidad de encontrar un nuevo credo por el que guiarse. Habiendo tomado una decisión clave para su futuro.

Es volver a ver esta imagen y se me llenan los ojos de lágrimas
Es volver a ver esta imagen y se me llenan los ojos de lágrimas

La aparición final de Luke en The Mandalorian tiene todo el sentido del mundo no solo por lo referente a cronología y narrativa (no quedaban muchos más Jedi a los que Grogu se pudiera dirigir desde Tython), sino también a efectos simbólicos. La serie de Jon Favreau ha colocado así, frente a frente, a dos héroes que han encontrado su propio camino por encima de credos deshumanizadores y opresivos. Dos héroes que se saludan como iguales y deben decidir qué es lo mejor para la galaxia.

Mando no sabe gran cosa, pero intuye que esta necesita a los nuevos Jedi que representa Skywalker, y sabe que debe despedirse de Grogu. Por eso vuelve a quitarse el casco, y termina de darle la espalda a su dogma. Sabe que Grogu, aquella criatura a la que ama tanto, se merece ver su rostro. Se merece tocarle, se merece demostrarle su amor con total libertad, se merece por fin comunicarse con él de forma directa. Mando se quita el casco (puede que para siempre) y completa su viaje.

Y así termina otra gran historia de Star Wars. Que, como ya tenemos la suerte de saber sus fans, en este universo es algo que siempre significa el inicio de una nueva.

Nos vemos pronto, Din y Grogu
Nos vemos pronto, Din y Grogu
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