¿Ha sucumbido Baby Yoda al Lado Oscuro?

El comportamiento de la criatura estrella de 'The Mandalorian' en su capítulo más reciente ha sido tirando a perturbador.
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[ESTE ARTÍCULO CONTIENE SPOILERS DE THE MANDALORIAN 2x02]

Tenemos que hablar del Chico. Del protegido de Mando. De la estrella indiscutible de The Mandalorian. De Baby Yoda, vaya.

Resulta hasta cierto punto injusto achacar totalmente el éxito de la primera serie en acción real de Star Wars a esta criatura, pero no hay más que darse una breve vuelta por las redes sociales para quedarse cerca de suscribir completamente dicha valoración. "The Child" no solo gusta a los fans más talluditos de la saga, acostumbrados a concesiones adorables del estilo (la combinación de Porgs e ingentes cantidades de droides achuchables así lo atestigua), sino también a personas cuyo interés por Star Wars es más tangencial.

Todo esto ha conducido a que Baby Yoda acapare los focos, y a que dentro de la planificación de cada episodio siempre deba haber alguien que esté pendiente de insertar un plano donde el público pueda comprobar qué está haciendo el pequeño. O si se encuentra a salvo. El segundo capítulo de la nueva temporada de The Mandalorian, estrenado por Disney+ el pasado viernes, ha sido especialmente generoso en este sentido. Hasta el punto que no sería descabellado defender que dispone de subtrama propia.

Esta se reduce a los intentos del Chico por robar los huevos que una señora de aspecto anfibio (y que da nombre al episodio como "La pasajera") mientras Mando intenta llevar la Razor Crest a un planeta donde su clienta pueda reunirse con su marido, y fecundar estos huevos de forma que alumbren una nueva descendencia. El Chico no quiere robar los mencionados huevos (contenidos en un frasco de lo que parece ser salmuera) por un propósito muy elaborado: simplemente quiere llevárselos al buche porque tiene hambre.

De hecho, el Chico llega a tener éxito en su empeño, y son varios los posibles hijos de la Señora Rana que nunca llegarán a vivir por culpa de la estrella de The Mandalorian. Algo que, como no podía ser de otro modo, ha causado bastante revuelo en redes. ¿Debe seguir pareciéndonos adorable una criatura alienígena que no duda en paliar la descendencia de una madre si así sacia el apetito? ¿Va camino Baby Yoda del Lado Oscuro? Es un asunto, sin duda, al que merece la pena darle un par de vueltas.

¿Ha sucumbido Baby Yoda al Lado Oscuro?

Vivir lo suficiente para acabar convertido en un villano

Conocimos al Chico en el primer episodio de The Mandalorian, una vez Mando (apodo de Din Djarin) recibía el encargo de localizar y deshacerse de alguien de quien solo conocía la edad: 50 años. El protagonista se engañaba al pensar que debía enfrentarse a un hombre maduro, ya que la especie de su futuro acompañante pertenecía a la del Maestro Yoda. Una para la que el tiempo transcurre mucho más despacio.

Dicha especie también posee una indómita sensibilidad a la Fuerza, algo que le ha servido varias veces a Mando para superar aprietos. Y no solo a Mando: cada vez que Baby Yoda estaba en peligro y su protector andaba lejos, podía recurrir a la Fuerza para salir igualmente victorioso. Son tres características las que definen al Chico, por tanto: en primer lugar, es pequeño. En segundo, tiene un poder inmenso, capaz de destruir a sus amigos si así se le antoja. Y en tercero, es una cucada. Evidentemente.

Una cucada tan primorosamente diseñada que cuando el mundo lo conoció no pudo menos que preguntarse por qué Disney iba a tardar tanto en distribuir merchandising inspirado en su cuerpecito. Y una cucada que no dejó de entregarnos momentos memorables en los siguientes episodios, sin que apenas hiciera nada. Bebía una sopita desde un platito, se comía una ranita (acaso anticipando un genocidio postrero), y en cierto momento era capturado por unos stormtroopers que cometían el peor de los pecados: agredirle físicamente.

¿Ha sucumbido Baby Yoda al Lado Oscuro?

The Mandalorian entabló un pacto tácito con la audiencia en función al cual esta tendría todos sus sentidos protectores a disposición del bebé. Baby Yoda se convirtió, así, no tanto en una mascota (no parecía haber quien pudiera domesticarle, como comprobó Mando rápidamente en relación a una palanca que el Chico se obstinaba en accionar), como en nuestro hijo. Aunque fuera un hijo que tampoco diera muestras de estar dispuesto a recibir una educación cívica.

Es lo que nos lleva a lo ocurrido en el capítulo de La pasajera. En este, el peligro más acuciante al que se ha de enfrentar Mando no lo suponen las terroríficas arañas que anidan en la cueva donde se ha estrellado la Razor Crest, sino la posibilidad de que el Chico se coma todos los huevos que contiene el frasco de la Señora Rana antes de que esta se los pueda llevar a su pareja y puedan contener su descendencia. Una posibilidad que en la serie de Jon Favreau es enunciada como humorística... la mayor parte del tiempo.

"Mi marido ha arriesgado su vida para garantizar nuestra existencia en el único planeta habitable para nuestra especie", cuenta la Señora Rana, explicándole a Mando lo vital que resulta salir de ese planeta y llegar al destino acordado. Lo revela en una escena abiertamente dramática, con el acompañamiento de las notas de Ludwig Göransson destinadas a tal fin... para que poco después el Chico vuelva a intentar atrapar un huevo. Y luego otro. Y terminar el capítulo, cuando ya logran abandonar la cueva, comiéndose uno más.

En el mejor de los casos, podemos hablar de una disonancia brutal en el tono del capítulo, donde la épica lucha de Mando y su cliente contrasta con el hambre insaciable de Baby Yoda, al que solo le importa seguir comiendo y seguir siendo mono mientras lo hace. En el peor, podemos calificar esta situación como perversa: el guion de Favreau dirigido por Peyton Reed quiere que nos preocupemos por los huevos, pero también que nos riamos y digamos "oooh" cuando el Chico los engulle.

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Hace una semana, Jonathan McIntosh publicó en su imprescindible canal de YouTube Pop Culture Detective otro de sus vídeos destinados a analizar Star Wars. En este caso, nos proponía un ejercicio de abstracción algo alejado de sus habituales comentarios sobre masculinidad y cómo esta es codificada en el audiovisual: nos pedía que empatizáramos con todos los droides aparecidos en la saga, para comprender su chocante maltrato. Se trataba de The Tragedy of Droids in Star Wars.

De entre los muchos puntos interesantes que aborda el videoensayo (y que relacionan la problemática tanto con representaciones de la esclavitud como de los activismos en el caso de la L3-37 de Han Solo), destaca una reflexión transversal que alude a la profunda contradicción interna en la que siempre se ha movido Star Wars. Pidiendo que amemos a droides como C-3PO, R2 o BB-8, para poco después pretender que nos riamos de cómo los soldados de la Federación de Comercio son masacrados sin piedad.

Esta contradicción puede relacionarse con lo ocurrido con Baby Yoda en La pasajera (el error a nivel tonal cae bastante por su propio peso), pero también con una serie de estudios aparecidos en los últimos años que tratan de entender por qué criaturas como el Chico despiertan tanta fascinación entre el público. Por qué nos agradan tanto las nociones de achuchabilidad y desvalimiento que abraza la estrella de The Mandalorian.

El verdadero poder de Baby Yoda

“Se suele afirmar que el interés por lo cuqui es infantil o infantiliza a sus consumidores. Este tipo de juicios dan por hecho que la estética de 'lo cuqui' se centra en la atracción por la inocencia o desvalimiento de lo infantil, no solo por el instinto de proteger sino también por un deseo de regresión a la infancia”, escribe Simon May en El poder de lo cuqui, publicado en nuestro país por Alpha Decay. Para, a lo largo del ensayo, problematizar una cuestión mucho más importante de lo que parece.

May defiende "lo cuqui" (lo adorable, lo "tan blandito que te quieres morir" representado por criaturas como Mickey Mouse, Olaf, Pikachu o un sinnúmero de iconos salidos de la imaginería japonesa) como una "celebración de la indeterminación". Y resulta particularmente adecuado en el caso de Baby Yoda, puesto que lo mínimo de sus rasgos (grandes ojos, grandes orejas, rostro mayormente inexpresivo) ha de caer, forzosamente, en ella. Siendo quizá, en primera instancia, el detalle más poderoso de su diseño.

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“Lo cuqui es ante todo una expresión burlona de la opacidad, la incertidumbre, la extrañeza, el fluir constante o devenir que nuestra época ha detectado en el mismo corazón de todo lo existente”, escribe May, y no duda en atribuir el éxito de lo cuqui a una serie de dinámicas socioculturales de muy variado pelaje. Y que, desde luego, van más allá de Star Wars o el imperio Disney, puesto que la estética cuqui aparece en cómics, videojuegos, material publicitario o incluso en personajes reales.

El filósofo inglés, que antes de lo cuqui lidió con otras cuestiones como el pensamiento nietzscheano o una posible historia de las expresiones culturales del amor, defiende en su ensayo que la indeterminación consustancial de lo kawaii sirve de refugio en unos tiempos muy concretos: los que vivimos. Tiempos que en función de todo tipo de elementos (socioculturales, pero también económicos) han generado unas multitudes necesitadas de dirigir su cariño a criaturas que no tienen por qué devolverlo. Ya sea por propio carácter o porque, bueno, no existen.

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May relaciona lo cuqui con el culto al niño que ha devenido fundamental en la consolidación del macroestado capitalista, así como con una posible huida del movimiento por la "nueva sinceridad" surgido a finales del siglo XX y que, abanderado por autores como David Foster Wallace, defendía la necesidad de una introspección honesta con la que calibrar nuestro estar en el mundo y nuestras redes de afectos. Para May, diciéndolo rápido y pronto, lo cuqui no precisa que seas sincero contigo mismo. Le basta con que performes.

La "nueva sinceridad" surgió como posible llamada a la acción dentro de una sociedad cada vez más confusa y tambaleante, y lo cuqui proponía una forma alternativa de enfrentarse a ella. “Lo cuqui está en sintonía con una época que ha visto languidecer sus vínculos pretéritos con dicotomías sacrosantas como masculino y femenino, adulto y niño, e incluso bueno y malo: dicotomías que antaño estructuraban grandes ideales pero que hoy se consideran menos sólidas y más porosas de lo que tradicionalmente se creía”, defiende el filósofo.

¿Ha sucumbido Baby Yoda al Lado Oscuro?

¿Cómo se relaciona todo esto con Baby Yoda? Basta con extrapolar esta indeterminación básica a la contradicción que parece exhibir un capítulo como La pasajera, y confirmar que todo lo relacionado con los actos del Chico es externo a las nociones de Bien vs. Mal que siempre ha defendido Star Wars en su condición de relato con visos de mítico. Evidentemente no está bien que Baby Yoda se coma los huevos pero, dado que proporciona material para muchos gifs ocurrentes, tampoco está lo que se dice mal.

“Ese es uno de sus rasgos distintivos: son impermeables a la culpa y la responsabilidad", se puede leer también en El poder de lo cuqui. "No porque la rechacen, sino porque no guardan relación con ella. Es amoral, indiferente a la moralidad, como si no fuera consciente de los conceptos convencionales de bien y mal. El tremendo atractivo que ejerce en nuestro tiempo reside en que afianza un espacio que no parece moral ni inmoral”.

Así las cosas, no tiene mucho sentido situar a Baby Yoda entre el Lado Luminoso o el Lado Oscuro. Simplemente, está por encima de ellos.

¿Ha sucumbido Baby Yoda al Lado Oscuro?

Sympathy for the Baby

Lo curioso es que El poder de lo cuqui se publicó en 2019, antes de que May pudiera explorar en sus páginas la figura paradigmática de Baby Yoda (sí pudo tratar, en cambio, la de individuos relacionados como Kim Jong-un o, ejem, Donald Trump). No obstante, en el episodio 18 del podcast español Trincheras de la Cultura Pop, comandado por los críticos culturales Elisa McCausland y Diego Salgado, sí se pudo abordar la cuestión teniendo presente al Chico.

Salgado, en concreto, relacionaba a Baby Yoda con la figura del "idiota moral" (aquel individuo incapaz de entender las implicaciones éticas de sus actos), y parecía predecir el perturbador capítulo 10 de The Mandalorian: "Es un personaje que no reacciona a nada, que hace en todo momento lo que desea, y que tiene unos comportamientos sociópata. Igual juega con una pelota que estrangula a alguien que no le gusta (...) Tiene un comportamiento errático, en el que solo prima la imposición de su voluntad", defendía.

¿Ha sucumbido Baby Yoda al Lado Oscuro?

Una descripción de este estilo resulta mucho más pertinente a la hora de entender a Baby Yoda que su origen o papel en la trama de The Mandalorian, donde lo único especialmente significativo es que su juventud perpetua (asociada hábilmente a una raza alienígena por la que el fandom siente familiaridad) se extenderá a lo largo de más temporadas. Es decir, que no es probable que el Chico vaya a convertirse en el Adolescente en un futuro próximo. Incluso limitarse a hacer que pronunciara alguna palabra supondría atentar contra su imagen establecida.

Baby Yoda es uno de los logros definitivos de la cultura cuqui. Un personaje furiosamente comercializable (como se apuntó en su momento, parece haber sido diseñado para producir muñecos FunkoPop) que por poca evolución que vaya a permitirse tener en The Mandalorian también puede conciliar sus características elementales.

¿Ha sucumbido Baby Yoda al Lado Oscuro?

Porque, si hemos de suscribir el pensamiento de Simon May, lo cuqui es un refugio. Y, ¿qué otra cosa ha sido siempre Star Wars que un refugio para sus fans, lleno de magia y de placer desprejuiciado por la evasión? Que se hayan combinado ambas concepciones en la creación de Baby Yoda podría explicar por sí solo, y a fin de cuentas, que The Mandalorian haya sido el único producto recibido con placer unánime por parte del fandom en cuatro décadas.

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