Someday, somewhere: ‘West Side Story’ y el fenómeno que emocionó a Spielberg

Repasamos la historia del musical de Broadway, que cumple 64 años al tiempo que una nueva adaptación llega a los cines.
Fotograma de 'West Side Story'
Fotograma de 'West Side Story'
Disney
Fotograma de 'West Side Story'

No fue hasta finales de los años 50 que los Spielberg dejaron entrar en su casa de Phoenix, Arizona, un pequeño exponente de música pop. Se trataba de la grabación de West Side Story con el reparto original y la orquesta de Sid Ramin e Irwin Kostal, recién llegada de las representaciones en el Winter Garden Theatre de Broadway. El pequeño de la familia, Steven, escuchó durante meses aquella banda sonora, obsesiva y meticulosamente, imaginando en su cerebro cómo eran las escenas originales que espoleaba esa música. Entonces no pudo llegar a ver el espectáculo pero sí tuvo, al menos, oportunidad de ver la película.

Spielberg se enamoró de los musicales a partir de West Side Story, convirtiéndose su escucha en un recuerdo feliz aislado del posterior trauma que supuso el divorcio de sus padres, Leah y Arnold. La idea de rodar una adaptación que no se acobardara ante el prestigio de la primera película no se materializó hasta 2014, pero es evidente que la pulsión llevaba instalada en su cerebro mucho tiempo. Pensar en West Side Story no era solo pensar en su infancia, sino retrotraerse a un tiempo histórico con visos de mítico. A finales de los 50 Rosa Parks ya se había negado a ceder su asiento y Desi Arnaz había impulsado la presencia latina en el audiovisual gracias a la serie Te quiero, Lucy. Por ejemplo.

Tanto por la vía política como la cultural, el movimiento por los derechos civiles que se consolidaría en los años 60 había encontrado en West Side Story un estandarte clave para dibujar su zeitgeist, cuando la segregación aún era una realidad en EE.UU. y el matrimonio interracial seguía prohibido en muchos estados. El musical impulsado por Jerome Robbins, Leonard Bernstein, Arthur Laurents y un jovencísimo Stephen Sondheim, acudía así a reclamar su presencia en la memoria popular, inaugurando un fenómeno del que West Side Story, de Steven Spielberg, es solo una explotación de tantas.

'Something’s coming, something good'

Antes de convertirse en una celebrada película protagonizada por Gene Kelly y Frank Sinatra, Un día en Nueva York respondía al nombre de Fancy Free, y era el primer espectáculo de danza que había montado el coreógrafo Jerome Robbins. Su providencial encuentro con el compositor Leonard Bernstein lo convirtió en un musical con todas las de la ley, On the town, y el triunfo correspondiente sobre las tablas de Broadway, poco antes de finalizar la Segunda Guerra Mundial, provocó que esta dupla quisiera volver a colaborar de inmediato. La archiconocida historia de Romeo y Julieta ofrecía una buena coartada.

Robbins y Bernstein se pusieron en contacto con el dramaturgo Arthur Laurents para trabajar en una actualización de la obra de William Shakespeare, y este escribió un borrador que respondía al título de East Side Story. La historia se ambientaba en el Lower East Side de Manhattan durante las fiestas de Pascua y unía a una chica judía superviviente del Holocausto con un chico católico irlandés. Cada uno de ellos pertenecía a un clan, los Emeralds y los Jets, y el gran conflicto se levantaba sobre el antisemitismo de estos últimos.

East Side Story ilustraba la temprana ambición de Robbins, Bernstein y Laurents por poner en pie un espectáculo de ambiciones sociales muy específicas, afrontando la discriminación del pueblo judío en EE.UU. a pocos años del Holocausto. Que el formato fuera entonces descartado se debió, en primera instancia, a su parecido con la obra de teatro Abie’s Irish Rose de Anne Nichols, que justo acababa de ser llevada al cine, y optaron por centrarse en otros proyectos. La reputación de Robbins no dejaría de crecer a partir de entonces, trabajando en las coreografías de la adaptación cinematográfica de Un día en Nueva York y de un show de Broadway del calibre de El rey y yo.

En 1956, en pleno rodaje de la película de El rey y yo (que incluía en el reparto a, sí, Rita Moreno), Robbins se reencontró con Laurents y Bernstein. En los diez años que habían pasado de sus reuniones al hilo de East Side Story habían cambiado muchas cosas: tanto Bernstein como Laurents habían declarado ante el Comité de Actividades Antiamericanas por sus supuestas simpatías comunistas (comité que llegó a nutrir Robbins, sin que eso generara malestar entre sus socios), mientras los musicales hollywoodienses lideraban la industria y la actualidad de Nueva York estaba marcada por la guerra de bandas juveniles.

Parecía un marco perfecto para retomar el proyecto East Side Story, sobre todo ahora que tenían con ellos a Stephen Sondheim. El compositor, fallecido recientemente, intentaba sacar adelante en esos años su primer espectáculo, Saturday Night, cuando se cruzó en el camino de Laurents. Dado que al dramaturgo le gustaron sus letras pero no sus melodías, le ofreció al joven Sondheim la oportunidad de unirse a Bernstein para escribir los versos de su nuevo musical, ya entonces bautizado como West Side Story. Sondheim lo rechazó inicialmente, pero luego de un rapapolvo de su mentor, Oscar Hammerstein III (conocido de Robbins al haber creado El rey y yo), no pudo menos que aceptar.

Leonard Bernstein y Jerome Robbins
Leonard Bernstein y Jerome Robbins

Así comenzaría una de las carreras más legendarias de Broadway, pero antes de eso había que llevar a buen término West Side Story. El interés de Robbins por los ritmos latinos (en detrimento de las ambiciones de Bernstein, que prefería una obra de corte operístico) condujo a que los propios ensayos ya suscitaran una atención mediática considerable, por la cantidad y complejidad de los bailes que requerían. Necesitando ocho semanas de entrenamiento frente a las habituales cuatro, West Side Story pasaba por ser el espectáculo de Broadway que más importancia le había dado nunca a las coreografías.

Todos (Bernstein, Sondheim, Laurents, Robbins) coincidieron en la necesidad de que los protagonistas se expresaran no solo a través de diálogos y canciones, sino también con cada movimiento, cada paso. El cásting fue laborioso pues era imprescindible encontrar gente que supiera bailar tan bien como cantara, y una vez completado el reparto a Robbins se le ocurrió una idea llamada a sentar cátedra: aislar a los intérpretes de los Jets de los que engrosaban los Sharks, reforzando la incomunicación entre ellos y la tensión una vez tuvieran que enfrentarse.

El reparto original cantando 'I feel pretty'
El reparto original cantando 'I feel pretty'

Laurents, entretanto, había modificado la historia de forma que fuera encabezada por una banda de inmigrantes puertorriqueños y otra de polaco-irlandeses, a la vez que atenuaba los giros melodramáticos del original shakesperiano con cierta pretensión de realismo. Gracias a la mediación del productor Hal Prince, conocido de Sondheim, West Side Story no contó con un presupuesto muy holgado pero pudo preestrenarse en Washington, desde donde empezaría a obtener encendidos elogios. El 26 de septiembre de 1957 se estrenó finalmente en Broadway, con Robbins acreditado como director, Laurents como escritor y Sondheim/Bernstein como responsables de la banda sonora.

Esto último ha causado más de un debate. Cuando se representó en Washington, Bernstein aparecía como único compositor, pero de cara a su llegada al circuito neoyorquino este quiso incluir a su lado a Sondheim. Decisión que durante años, y gracias al prestigio alcanzado por este, ha motivado rumores de que hizo más que escribir letras, pero la versión oficial es que la única música que llegó a elaborar en West Side Story fueron unos arreglos para la canción Something’s Coming. El gesto de Bernstein se habría debido, por tanto, a lo mucho que las afiladas letras de Sondheim aportaron el musical.

'Life is all right in America, if you’re all white in America'

“Cuando el líder de una banda aconseja a sus secuaces que se comporten con ‘frialdad’, la intolerable tensión entre el esfuerzo de control y los impulsos instintivos no puede ser más punzantemente gráfica”, escribió Walter Kerr para el New York Herald Tribune, pocas horas después de asistir al estreno de West Side Story. Se refería al número de Cool, localizado en el primer acto del musical. Kerr aludía con ingenio apasionado a la energía incombustible que bañaba el musical, canalizada tanto en los bailes como en su dura narrativa.

El esquema de Romeo y Julieta, actualizado al Nueva York de mediados de los años 50, daba pie a una historia de fuertes resonancias políticas, alertando de cómo el odio y el racismo podían intoxicar el amor puro que se profesaban los protagonistas, Tony y María. Los esfuerzos que el equipo hizo entonces para que el proyecto respaldara estas inquietudes más allá del escenario han sido considerados como leves y cosméticos con el paso de los años, pero en su momento fue bastante sorprendente encontrarse a alguien como Chita Rivera (de ascendencia italiana-puertorriqueña) en un papel principal, Anita.

Tristemente, no había mucho más donde agarrarse. La presencia de intérpretes que se ajustaran a la condición de sus personajes era escasa, y fue habitual tanto la impostura de acentos como el maquillaje para colorear pieles. Pese a todo, y al margen de sus exportaciones, West Side Story conmovió a la sociedad norteamericana en un punto clave de su historia, ejerciendo de punta de lanza para los cambios sociales que cultura y contracultura cimentarían a lo largo de la década siguiente. Década que inauguró, fagocitando velozmente el éxito en las tablas, la correspondiente adaptación cinematográfica.

Walter Misrich, productor de United Artists, quiso desde el principio que el mismo Robbins dirigiera la película. Dada su inexperiencia, no obstante, el estudio reclutó a alguien de eficacia probada como Robert Wise para ayudarle: mientras que Robbins llevaría sus celebradísimas coreografías a un nuevo contexto, el director de Ultimátum a la Tierra se encargaría de los pasajes dramáticos. El rodaje fue tan intenso como lo habían sido los ensayos previos al estreno en Broadway, con múltiples lesiones entre los bailarines y un retraso en los plazos que le costó a Robbins el despido antes de que concluyera la producción.

El coreógrafo sería acreditado, aún así, como director, una vez llegaba a los cines una ambiciosa película en cuyo reparto encontrábamos tanto sonoros fichajes como caras conocidas. George Chakiris ya había encarnado al jefe de los Jets y mejor amigo de Tony, Riff, en el montaje londinense de West Side Story, y aquí fue reelegido como Bernardo, cabecilla de los Sharks. Rita Moreno sustituyó a Chita Rivera. Los papeles de Tony y María, originalmente Larry Kert y Carol Lawrence, fueron a parar a Richard Beymer y Natalie Wood, que había encandilado a los productores gracias a Esplendor en la hierba. Como ninguna de sus voces convencían a United Artists, estas fueron dobladas.

Beaumont y Natalie Wood en 'West Side Story'
Richard Beymer y Natalie Wood en 'West Side Story'

En su mayor parte, la película de West Side Story era clavada al musical, y las únicas discrepancias cabía asociarlas al capricho de Sondheim, por ejemplo en lo relativo al orden de las canciones. La versión cinematográfica de West Side Story incluía Gee, Officer Krupke previo a la batalla de los Jets para que Cool viniera después, justo al contrario de lo visto en el teatro, mientras que I feel pretty también precedía a dicho encuentro, en lugar de inaugurar el segundo acto. Por lo demás, el guion de Ernest Lehman se ajustaba dócilmente a los designios de Laurents, y los mayores esfuerzos se destinaron a replicar la potencia del baile, con la indispensable ayuda del montaje y el diseño de producción.

Y funcionó. West Side Story fue un triunfo sin paliativos, siendo la película más taquillera de 1961 al tiempo que arrasaba en los Oscar. Se llevó diez; entre ellos Mejor película, Mejor dirección para Wise y Robbins, Mejor montaje, Mejor actor de reparto para Chakiris y Mejor actriz de reparto para Moreno, perdiendo el de Mejor guion adaptado para Lehman. La feroz puesta en escena, que emulaba la gramática de Broadway como pocos films habían podido antes, convirtió a West Side Story en un hito del musical fílmico, e intensificó la rabia con la que su iconografía y canciones irrumpirían en el acervo cultural estadounidense.

'Time to learn, time to care'

Que la ocurrencia de Spielberg de hacer una nueva versión de West Side Story 60 años después de la película de Wise y Robbins haya sido recibida con tanto escepticismo no solo se debe al insuperable éxito de esta: también está el hecho de que todo en ella aparenta estar sobradamente rentabilizado. Dicho de otra forma, West Side Story no es solo cultura popular: es prácticamente folclore, un título estándar y consabido a la hora de rastrear la historia del musical de Broadway y sus explotaciones a manos de Hollywood. Esto no solo se fomentó con el film de 1961, sino a través de muchos otros medios.

Dos años después del estreno de la película, la revista satírica MAD publicó un número especial titulado East Side Story para parodiar la Guerra Fría, dividiendo a los protagonistas entre los secuaces de Kennedy y los de Kruschev. En los años 70 Alice Cooper nos plantó una versión rockera de Jet Song en su álbum School’s Out, paralelamente a que en 1985 (dentro de The Broadway Album) Barbra Streisand incluyera hasta dos temas de West Side Story entre otras interpretaciones de temas de Sondheim: Something’s Coming y Somewhere.

Esta última, bellísima balada que Doc cantaba a mitad del segundo acto (una vez la batalla entre Jets y Sharks había provocado la muerte de Riff y Bernardo), es con diferencia la que más veces han versionado los artistas. Además de Streisand tenemos a Tom Waits, Cher, Devo, Céline Dion o los Pet Shop Boys, y sin salirnos del asunto musical hay que incidir en cómo Martin Scorsese se inspiró en el argumento de West Side Story para concebir el videoclip Bad, de Michael Jackson.

Luego está el cine en sí. A principios de los 2000 nos topamos con una llamativa regurgitación paródica de West Side Story en dos comedias con apenas un año de margen, Otra terapia peligrosa y Ejecutivo agresivo. Mientras que en Otra terapia peligrosa el mafioso interpretado por Robert De Niro parecía haberse vuelto loco al pasarse el día entero con la partitura de Sondheim y Bernstein en la boca, Ejecutivo agresivo nos ofrecía una escena impagable con Adam Sandler y Jack Nicholson. Ante el nerviosismo provocado por el tráfico, el psiquiatra interpretado por Nicholson le aconsejaba a Sandler que cantara I feel pretty para relajarse. El resultado, una cima absoluta del humor.

En Aquellos maravillosos 70 Fez (Wilmer Valderrama) soñaba con un altercado entre bandas y chasquidos de dedos, y los protagonistas de Teen Beach Movies (loquísimo telefilm de Disney Channel) eran transportados a una película titulada Wet Side Story, que enfrentaba ciclistas contra surferos. Ken y Barbie se conocían en Toy Story 3 de un modo similar al de Tony y María en el baile del gimnasio, y Amy Schumer protagonizó en 2018 una comedia titulada I feel pretty (traducida en nuestro país como ¡Qué guapa soy!). Series como Glee o Curb Your Enthusiasm también se prodigaron en guiños, y mientras tanto West Side Story no abandonaba los escenarios... pero tampoco eludía los cambios.

'You're the only thing I'll see... forever'

La conciencia social siempre ha sido un valor indispensable en la forma que West Side Story se presentaba ante el público, y esto fue especialmente apremiante entrado el nuevo siglo. Consciente de lo mejorables que eran muchos de sus presupuestos, Laurents recurrió en 2007 a los servicios del más indicado: Lin-Manuel Miranda, artista de origen puertorriqueño que dos años antes había triunfado con In the heights. Exacto, el espectáculo cuya película conocimos este año como En un barrio de Nueva York, y que no ocultaba su deuda con West Side Story a la hora de acercarse a las vivencias de los barrios neoyorquinos con mayoría de población inmigrante, o descendiente de inmigrantes.

Lin-Manuel Miranda representando 'In the heights'
Lin-Manuel Miranda representando 'In the heights'

Miranda retocó el libreto y aumentó la presencia del español en los diálogos y las canciones, liderando una refundación de West Side Story que volvería a tener presencia en los Tonys y a atraer público durante un recorrido de cuatro años. Más tarde, en 2020 y al margen de la empresa suicida que ya había iniciado Spielberg, el musical experimentó una nueva mutación, y esta mucho más drástica: la historia fue trasladada a la actualidad, aumentando la concreción de la denuncia e incluyendo (quizá a rebufo del fenómeno Hamilton) hip-hop en sus canciones.

Esta reposición tenía a Yesenia Ayala en el papel de Anita (actriz secundaria en la versión de Spielberg), y apenas tuvo representaciones a causa del estallido de la crisis del coronavirus, que las canceló indefinidamente a principios de marzo. También el COVID-19 ha sido el responsable de que la nueva versión de West Side Story se retrase todo un año, al haber sido programada originalmente para diciembre de 2020. Su recorrido en taquilla, por lo que sabemos hasta ahora y al margen de las entusiastas críticas, no está siendo triunfal.

Hoy la película de Spielberg lidia con múltiples amenazas. En las carteleras se enfrenta a la devoradora presencia de Spider-Man: No Way Home y los rebrotes de COVID-19, mientras que en las redes sociales hay quien insiste en recordar las acusaciones a Ansel Elgort. Por no hablar de que una decisión tan lógica como asumir abiertamente la condición trans del personaje de Anybodys (aquí interpretada por le intérprete de género no binario Iris Menas) ha desembocado en la censura de West Side Story dentro de varios países del Golfo Pérsico, y en el otro extremo un amplio cuestionamiento público en torno al asunto racial.

El baile del gimnasio, versión Spielberg
El baile del gimnasio, versión Spielberg
Disney

La decisión del director de no subtitular los diálogos en español se ha enunciado como muestra de respeto a la comunidad latina, sin que esto baste para sofocar los discursos que aluden a la escasa pertinencia de West Side Story en los tiempos que corren. A partir de las estereotipaciones de la obra original (sobre todo de las mujeres latinas), dichos discursos destacan cómo el musical ha modulado una visión colectiva de lo puertorriqeño tan arraigada como dañina. Una visión que alude a la segregación y a la beligerancia y que, a fin de cuentas, fue desarrollada por cuatro hombres blancos de buenas intenciones pero una visión forzosamente limitada hace 60 años.

Que West Side Story se mantenga como canon intocable/explotable (por mucho que la política de representación del nuevo film haya aprendido de errores pretéritos y cuente con Rita Moreno, en el papel rediseñado de Doc, como madrina) quizá sea un síntoma de lo poco que han evolucionado los imaginarios en este tiempo. Sin que esto tampoco tenga por qué redundar, claro, en la apabullante seducción que siguen ejerciendo su puesta en escena, sus canciones y, en fin, sus bailes. 

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