Pero no se siente derrotada. «Tengo que disfrutar cuando estoy bien», dice. Vivió rápido desde el principio: poco antes de los 18 se fue de casa, tuvo su primer hijo y comenzó a hacer voluntariado. Luego estudió una carrera y cuatro idiomas. Ahora, otra vez con tiempo, es voluntaria en la ONG Karibu, que ayuda a inmigrantes africanos.
En Karibu, Lola escucha historias de cayucos a la deriva sin comida ni bebida, caminatas a través del desierto, minadas de muertes y violaciones: «Llegan asustados, pero con ilusión. Si pueden ayudar a alguien que llega, lo meten en su casa, aunque sean 30. No saben negarse; de hecho, es de muy mala educación. Otros dejaron en Senegal un negocio y ahora están en la calle».
Las historias de emigración no le son desconocidas. «Me da mucho coraje que hayamos olvidado que estuvimos en la misma situación. Incluso los que emigraron no quieren recordar», dice, con seriedad. Lola es hija de español y alemana y nació en Múnich. Su padre fue emigrante ilegal en Francia y Alemania. Sin dinero para volver, durmió en porquerizas, sin agua ni luz, con dos metros de nieve. «Los españoles hacían los trabajos escoria. Qué ironía que ahora nos una pertenecer al mismo mercado. El dinero es lo único que pone a la gente a la par».
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