ROSALÍA LLORET. PERIODISTA Y EXPERTA DIGITAL
OPINIÓN

Trump: ¿tienen Facebook y Google la culpa?

Rosalía Lloret, periodista.
Rosalía Lloret, periodista.
JORGE PARÍS
Rosalía Lloret, periodista.
Las últimas grandes citas de los ciudadanos con las urnas –el brexit, el referéndum por la paz en Colombia o la elección de Donald Trump– han dejado a tantos medios y expertos descolocados en el mundo que inmediatamente se han lanzado a la caza de razones y culpables para explicar lo ‘inexplicable’.

Una de las principales teorías gira en torno a internet, las redes sociales y la forma en que estos reconfiguran las opciones políticas de los ciudadanos en todo el mundo. Cada vez más personas –dice la hipótesis– acceden a las noticias a través de internet y, muy especialmente, a través de los grandes medios sociales como Facebook. El 62% de los estadounidenses, por ejemplo, accede a noticias en redes sociales, según un informe reciente del Pew. Y a nivel mundial, son el 51%, según una encuesta para el Reuters Institute en 26 países (60% en España).

El problema, sigue la teoría, es que este tipo de consumo de información –frente al acceso a través de los medios clásicos– está incentivando la polarización social y el éxito de propuestas políticas cada vez más populistas y descabelladas. Facebook o Google facilitan la visibilidad y sostenibilidad (mediante sus servicios de publicidad) de todo tipo de sitios de noticias, incluyendo aquellos que se dedican a la propagación de noticias falsas y tendenciosas, tan activas durante la campaña americana. ¡Y tan efectivas! Los participantes en un estudio de Ipsos para Buzzfeed en EE UU creyeron verdaderas el 75% de las noticias falsas que habían aparecido durante la campaña. El clamor fue tal que ambos gigantes tecnológicos –Google primero y Facebook después– prometieron que intentarán evitar en lo posible que las webs que publican noticias falsas se financien mediante sus sistemas de publicidad.

Pero el efecto de internet en nuestro posicionamiento político, según otras voces, no queda aquí. La forma en que redes sociales como Facebook ordenan la información que llega ante nuestros ojos incentiva la polarización, mediante el reforzamiento de nuestra propia tendencia política. El llamado ‘efecto burbuja’ se deriva del algoritmo que aplica Facebook para dar prioridad en nuestro muro a aquellos temas y fuentes de información (personas o medios) que previsiblemente más ‘nos gustan’, porque previamente hemos hecho clic en ellos, y que, por contra, desincentiva visiones contrarias.

La burbuja de las redes sociales, añaden, refuerza la división entre ‘nosotros’ y ‘ellos’, un mecanismo automático de nuestro cerebro que permanece intacto desde la era prehistórica en la que la supervivencia de los humanos dependía de ese instinto, y que desactiva toda empatía emocional hacia ‘los otros’. Pero ¿quién estaba antes: la gallina o el huevo? O ¿quién acentúa la polarización: el algoritmo de las redes sociales y buscadores, o los humanos que incentivan y se deleitan en esa división?

Como han señalado algunos neurocientíficos, Trump y otros populistas son especialmente buenos en tocar las teclas emocionales (¿aprendidas en TV?) que activan ese ‘piloto automático’ en nuestros cerebros. Un piloto que pone inmediatamente al receptor de su lado, y en guardia contra el enemigo, sea este el establishment, los mexicanos o la UE. No en vano, la palabra "matar" se oyó hasta 53 veces en el debate de primarias entre candidatos republicanos, mayoritariamente de labios de Trump.

Por lo que se refiere a los ciudadanos receptores de las noticias (verdaderas, falsas, polarizadas o no), un minucioso estudio de la universidad de Yale mostraba en 2013 que su tendencia política parece bastante impermeable a la información externa. Los científicos de Yale pidieron a 1.000 americanos que obtuvieran las conclusiones de unas (hipotéticas) estadísticas sobre tenencia de armas y criminalidad. Los participantes liberales acertaron el test con las estadísticas que mostraban el ascenso de la criminalidad, pero fallaron cuando se deducía lo contrario. Y a los conservadores les pasó exactamente lo contrario.

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