Los debates externos de Podemos -iba a decir internos, pero no es el caso- provocan indisimulado alborozo en otros partidos políticos, tertulias de la tele y artículos de prensa. No son pocos los que entienden esas disputas como signo de división y, en consecuencia, de debilidad. Algunos de los análisis sobre esas desavenencias son versiones sofisticadas de conocidas simplezas que deambulan entre el "son como todos" y el genérico "anti-sistemas". No digo yo que desde Podemos, donde también exhiben sus diferencias en términos bastante simplistas, no hayan dado motivos para que se hagan análisis de ese tipo, pero planteo la posibilidad de que estén equivocados: ¿Y si resulta que no son síntomas de debilidad sino, todo lo contrario, problemas de crecimiento de una fuerza política en construcción? ¿Y si los tuits, cartas y enfrentamientos orgánicos forman parte del debate imprescindible para encarrilar un movimiento que en tiempo récord ha pasado de la indignación a la política y de la asamblea callejera a la parlamentaria?

Cuando se hacen esas preguntas siempre surge otra: ¿Estamos hablando de ideas o de personas? Está claro: de ideas y de personas. Las ideas las fabrican, difunden y defienden las personas, que son quienes se juntan en organizaciones. Podemos es, entre otras cosas, una de las respuestas que han dado los ciudadanos a la crisis de liderazgo que sufre España, junto con las crisis financiera, económica, social, política y territorial. Puede que nos falten recursos para resolver las otras crisis, pero ésa ya la vamos solventando: Fueraparte Rajoy, desde la jefatura del Estado hasta el último ayuntamiento, pasando por la patronal o la conferencia episcopal, aquí no queda un líder en su sitio. Ha sido en ese contexto, de pérdida de confianza en los lideres, no solo en los partidos, en el que han nacido alternativas como Ciudadanos, a la sombra de un único líder, o Podemos, que por genética cuenta con varias docenas de dirigentes con espolones: aparte de las 30 ó 40 siglas representadas en su grupo parlamentario, en cada círculo abundan los líderes locales, viejos y nuevos rockeros de la política a pie de obra, en organizaciones sociales y movimientos asamblearios. Es lógico que de cara al futuro se produzca no solo un debate de ideas sino también una clarificación de liderazgos. Pero eso no se consigue de un día para otro, como bien saben en el PSOE, donde llevan tres secretarios generales en cinco años, o en el PP, donde hace cuatro días se estaban probando la ropa que iba a dejar Rajoy, aunque ahora se hayan dado una tregua.

En paralelo al naif intercambio de cartas y tuits, al que asisten perplejos los ciudadanos, lo natural es que en Podemos se sacudan políticamente hasta que les duela la mano, para despejar dudas ideológicas y jerárquicas. Lo suyo es que eso termine con un reparto de papeles. A poco listos que sean -y tontos no son- aprovecharán la existencia de dirigentes con talantes diferentes, como Iglesias y Errejón, para hacer guiños a sectores diferentes del electorado, algo imprescindible si quieren aumentar sus cinco millones de votos. Las bicefalias y las parejas políticas siempre ha funcionado bien, aunque terminaran mal, en la política española, que existe desde mucho antes de que existiera Podemos: Suárez y Abril Martorell, González y Guerra, Pujol y Roca, Rojas Marcos y Pedro Pacheco… Las diferencias de carácter, de criterio, de formación e incluso de procedencia familiar se manifestaban en los discursos, las estrategias y las tácticas, pero con un efecto benéfico: servían para llegar a más amplios sectores del electorado. Salvo que Iglesias y Errejón simplemente estén meando para marcar el territorio, como es costumbre extendida en la política contemporánea, su pelea es para ver como reparten el espacio, como organizan la casa y como la decoran. Ya quisieran verse así otros que solo pelean para salvar los muebles.