RAFAEL MATESANZ. DIRECTOR DE LA ORGANIZACIÓN NACIONAL DE TRASPLANTES
OPINIÓN

Turismo de células madre

El doctor Rafael Matesanz, director de la Organización Nacional de Trasplantes.
El doctor Rafael Matesanz, director de la Organización Nacional de Trasplantes.
ONT
El doctor Rafael Matesanz, director de la Organización Nacional de Trasplantes.

¿Recuerdan la serie de TV "Perdidos" o "Lost" en su original en inglés? Era bastante larga y de final metafísico, desarrollada en una isla de selva tropical donde habían ido a parar los protagonistas tras un accidente aéreo. En medio de la selva había extrañas construcciones futuristas de finalidad indefinida pero en todo caso inquietante.

Algo parecido debieron sentir los policías ecuatorianos cuando a poco más de cien kilómetros de Quito, en plena selva, se encontraron una fortaleza defendida por personas con ametralladoras y perros policías. Dentro hallaron una serie de salas blancas de laboratorio donde estaban manipulando células de cordón umbilical, curiosamente obtenidas de la maternidad de un pueblo cercano. Las investigaciones revelaron que aquello estaba dirigido por médicos norteamericanos, sin que se supiera exactamente lo que hacían, pero teniendo en cuenta que la reglamentación sobre medicamentos en USA (que es como se consideran las células madre) es muy estricta, era muy probablemente ilegal en su país de origen. Efectivamente los norteamericanos, emigrados a Ecuador ante la presión legal y policial, aplicaban tratamientos con células madre sin base científica alguna, pero que dejaban suculentos beneficios en pacientes incurables. Todo vale cuando se trata de vender falsas esperanzas a enfermos sin tratamiento eficaz con la medicina actual, pero con posibilidades de pagar elevadas cantidades de dinero.

La medicina se encuentra hoy día ante una encrucijada en la que se dan todas las circunstancias para un fraude universal. Voces imprudentes o con intereses muy determinados están publicitando que las células madre son algo así como la panacea universal para todo tipo de procesos. Sucede así que ante cualquier enfermedad en que la medicina oficial de su país dice que no tiene ningún tipo de tratamiento, mucha gente no lo acepta y empieza su particular viaje a la desesperada hacia la esperanza, con sus propios medios o tras las inevitables colectas. Junto a ello, deportistas con lesiones complicadas que buscan curaciones rápidas y milagrosas, o gente que busca la eterna juventud en las células madre igual que en la antigüedad la buscaba en pócimas mágicas... Es el turismo de células madre: ir a otro país para recibir un tratamiento que no entra dentro de las coordenadas de la medicina oficial en el propio,

¿Quién se está aprovechando de esto? Unos países más que otros. Ya hemos visto lo ocurrido en Ecuador y con tintes menos novelescos, se da en Colombia, Costa Rica y un buen número de países americanos. De Europa y USA nos ocuparemos en una próxima columna, pero la meca del turismo de células madre es China. Allí han proliferado las clínicas que gracias a internet ofrecen tratamientos para enfermedades que no tienen cura en la medicina oficial (esclerosis lateral amiotrófica, parálisis cerebral, alzheimer, retinosis pigmentaria... prácticamente para cualquier proceso). Controles casi inexistentes pese al discurso oficial hacen de este turismo celular un más que próspero negocio pagado por enfermos de todo el mundo, incluidos españoles.

Si el daño se limitase al dinero estafado y las esperanzas frustradas, sería ya grave, pero el mayor problema radica en los potenciales efectos secundarios de estas terapias, que aún en un campo incontrolado y sin posibilidad de recogida sistemática de los efectos secundarios, dejan aflorar casos de aparición de tumores esperables en los casos en que se ha usado material embrionario o fallecimientos por infecciones o hemorragias. Todo ello sin contar con los riesgos a medio y largo plazo, todavía desconocidos.

Quien caiga en la tentación de ir a buscar fuera de nuestras fronteras estas curas milagrosas, debe ser consciente de que al coste económico hay que sumar el riesgo probable de que su salud no solo no mejore sino que se deteriore de manera irreversible.

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