El president de la Generalitat, Carles Puigdemont, fracasó de forma absoluta. Prometió declarar la independencia tras convocar y llevar adelante el referéndum del 1-O suspendido por el Tribunal Constitucional. Pero este martes, a la hora de la verdad, se arrugó en el Parlament, presionado por el poderoso sector empresarial, que ha iniciado un éxodo masivo hacia otras regiones españolas, y por Europa, que le advirtió hasta el último minuto que no declarara la secesión.
Puigdemont, afortunadamente, tuvo sentido común y evitó la ruptura que había prometido y que le exigía la CUP, su socio anticapitalista y antieuropeo. El líder del PDeCAT pidió diálogo al Gobierno de España para tratar de pactar un referéndum vinculante.
Pero el Ejecutivo de Rajoy sabe que Puigdemont está liquidado (la CUP ya le acusa de traidor) y los partidos catalanes se preparan para unas elecciones autonómicas anticipadas. El diálogo vendrá después, probablemente con un gobierno transversal. Y, casi seguro, sin Puigdemont, el nuevo Ibarretxe.
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