JOSÉ ÁNGEL GONZÁLEZ. ESCRITOR
OPINIÓN

Nick Cave, sesenta años y vestido de luto

José Ángel González, escritor y periodista.
José Ángel González, escritor y periodista.
JORGE PARÍS
José Ángel González, escritor y periodista.

En el altar de los ídolos del rock, cada vez más despoblado de artistas incontestables, están de celebración: ha cumplido 60 años un músico de figura larga y taciturna, convencido de que el bien y el mal conviven en cada humano y otorgan sentido a sus actos. "Pese a la religión, creo en Dios", confiesa Nick Cave (Warracknabeal, Australia, 1957), con una gravedad que pocas veces abandona y que apenas le consiente una sonrisa. Criado en un área rural superpoblada por conejos ciegos por la vernácula plaga de mixomatosis australiana, hijo de una bibliotecaria y un profesor de matemáticas que le leyó Lolita al crío cuando tenía 12 años, Cave ha firmado casi una treintena de discos desde finales de los años setenta. En todos menciona las palabras muerte, sexo, infierno y paraíso y al menos la mitad nacieron de la inspiración nihilista de la heroína. Escapó de la adicción intravenosa cuando todos predecían que le llevaría al cementerio.

Perverso ("vivimos en una caja llena de mierda", opinaba en una de sus tempranas composiciones), admirador del blues primario de Howlin’ Wolf y heredero del poder sacramental de Johnny Cash, Cave entiende, como Bob Dylan, que las canciones deben sugerir un camino, pero este ha de nacer de la culpa y la expiación, jamás de la fiesta. En los conciertos, Nick Cave no parece un cantante: se mueve como un predicador anglicano, amenaza a los pecadores y patea los reptiles imaginarios que pueblan la tarima.

El 24 de septiembre, dos días después de su 60º cumpleaños, inició una gira europea de treinta conciertos con los Bad Seeds, esta vez en forma de octeto de virtuosos dirigidos por Warren Ellis, el violinista convulso que se ha convertido en guardaespaldas creativo de Cave. No hay actuaciones en España —aunque sí en Tel Aviv pese al boicot contra Israel de casi todos los grandes del rock—. Estrena disco (Skeleton Tree, de 2016, que no se había llevado al directo) y hoja de ruta: la banda, hasta ahora partidaria de los locales de media capacidad donde extender el sentido de comunión y cercanía entre los fieles, llena ahora instalaciones multiuso de hasta 20.000 personas.

Las primeras crónicas no escatiman elogios, destacan el salvaje ruido de los fondos musicales y caracterizan a Cave como un depredador de emociones. Es inevitable tener presente que el compositor —que siempre se ha sentido atraído por la suciedad, los crímenes y el Evangelio de San Marcos, su libro de cabecera— está todavía herido por el accidente fatal de uno de sus hijos gemelos, Arthur (15 años), que en 2015 cayó al vacío desde los acantilados marinos cercanos al domicilio familiar en Brighton (Reino Unido). El chaval había consumido LSD y buscaba una noche iluminada. El duelo fue en parte paliado con el documental One more time with feeling, donde Cave asume que su vida está maridada con la muerte, el gran tóxico.

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