MÀXIM HUERTA. PERIODISTA
OPINIÓN

El infierno del súper

Màxim Huerta, colaborador del 20minutos.
Màxim Huerta, colaborador del 20minutos.
JORGE PARÍS
Màxim Huerta, colaborador del 20minutos.

Por fin he podido ir a hacer la compra. La tenía atravesada desde que vi -hace siete días- a Sigourney Weaver en El Hormiguero. Entre el bicho que le salía al mago de la tripa y Pablo Motos sacándose tres tubos de sangre en directo, no había podido hacer la compra. Ni comer. Siete días de dieta. No me viene mal, que luego se ceban las revistas.

Hoy por fin he vuelto. Las puertas automáticas del infierno se han abierto de par en par, cartera en mano y carro en la otra. Pero es entrar al supermercado y dar resoplidos como un toro en el callejón. Ya lo decían las madres: todo lo que no mata, engorda. Estamos avisados por revistas y médicos, pero pasear entre las estanterías es una yincana de obstáculos del vicio y la perversión. Sodoma y Gomorra se esconde entre las verduras y las frutas, allí donde crees que solo habrá mandarinas están las chocolatinas, las cajas de galletas polisaturadas de vida y los montones de lacasitos.

El infierno para los que somos débiles de espíritu está allí, en los supermercados que los malvados jefes de la gordura ordenan como un juego de la oca, todo está puesto para ir a la casilla de prisión.

Ese recorrido con el carrito debería ser deporte olímpico; saber eludir a las latas de conservas, los mejillones, el tomate frito, los kétchups, las croquetas, los quesos curados, los flanes y los batidos, las comidas preparadas, las leches condensadas, los botes de fabada, los de albóndigas, los de callos, las mortadelas, los tacos, las empanadillas, los rebozados, las salsas… ¿Sigo? Salvar todo eso y llegar a las verduras, frutas y carnes en bandejitas tristes es un récord guinness.

Deberían premiar en la caja registradora al que llegue sin un solo producto del infierno de la gula. Pero no. Qué va. Al final, en la meta está el golum con su tesoro. Cuando crees que has sobrevivido a tus demonios estomacales, aparecen -¡otra vez!- los chocolates, las caracolas bañadas de azúcar y las napolitanas rellenas de nutella en la mismísima caja del súper. Entonces se te inflaman los ojos en sangre. Castigas a tu dietista y abres las aletas de la nariz para respirar con calma. Yoga. Haces yoga. Y lo haces de pie, en la cola, junto a los caramelos, los sugus, los mars y las botellas de alcohol.

Hummm… Zen… Yoga… No cogerás, no comerás, no picarás y todos los mandamientos del aspirante a gordo. Rezas incluso. Por supuesto que rezas.

No hay paz para los que estamos a dieta. Quieren que engordemos. Lo hacen a propósito. Pero, deberían ponerse de acuerdo, porque cuando llegas a la tienda de ropa, sucede al revés: las tallas pequeñas están a la vista. ¿Qué pasa? ¿No van al supermercado?

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