IRENE LOZANO. ESCRITORA
OPINIÓN

Cuando te arde el teléfono en las manos

Periodista, escritora y política.
Periodista, escritora y política.
JORGE PARÍS
Periodista, escritora y política.

No es una historia de amor. No es que te queme el teléfono en las manos de tanto mirar a ver si entra esa llamada. No es que suba de temperatura tras conversaciones interminables: «Cuelga tú»; «no, cuelga tú, tonta». Es que te estalla el teléfono porque lo han fabricado mal, y ni siquiera saben dónde está el fallo. Cuando la nota oficial de Samsung dice que «aún están investigando» por qué aumenta la temperatura del teléfono hasta que explota, hace falta traducirla. En el lenguaje coloquial significa: «No tenemos ni puñetera idea de lo que hemos hecho».

La muerte súbita del Samsung Galaxy Note 7 es así de pedestre. Las historias tecnológicas de éxito son sublimes cuando nos las cuentan, pero el éxito no es más que la suma de muchos pasos insignificantes: los 259 lunes de la ingeniera en la oficina, los 93 miércoles grises en que los empleados del control de calidad se quedan en la fábrica hasta el anochecer. Sea cual sea el problema, éste habría aflorado en las pruebas, si no se hubiera fabricado con tanta precipitación. Las prisas son para los ladrones y los malos toreros, según el adagio. Pero cada vez más, en este mundo que estamos estrenando, la competitividad extrema llega en forma de carrera desquiciada hacia ninguna parte. O hacia la hoguera. Samsung quería salir con un nuevo modelo antes de que Apple presentara en septiembre el iPhone 7. Soñaban con repetir el éxito del Galaxy S7 con el que en febrero se impusieron a su rival. Al precipitarse no sólo ha cometido un error garrafal, sino que ha traicionado una cultura empresarial de compromiso con la calidad: el anterior presidente quemó hace años una pila de 150.000 teléfonos defectuosos para mostrar que la chapuza no iba con ellos. Ahora los teléfonos les han ardido solos.

¿Cuánto le va a costar a Samsung la broma? De momento ha perdido un 8% de su valor en bolsa, 15.000 millones de euros. Hay estimaciones que calculan que en los próximos tiempos puede llegar a perder 10.000 millones de dólares. La pérdida en términos de reputación es incalculable: la confianza en la marca ha ardido con la misma rapidez que el teléfono. Pero existe algo aún más intangible y sutil en esta crisis: la corrosión de la personalidad de Samsung. ¿Qué es ahora: la empresa comprometida con la calidad que quema teléfonos imperfectos o la que fabrica teléfonos defectuosos y desprecia la calidad? Son dos actitudes antagónicas, o sea, un consumidor confundido.

No se puede hacer la revolución dos veces al año, ni en la tecnología ni en la vida: si tienes prisa, vístete despacio. Si no quieres perderte, no tomes atajos.

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