La última mañana

Cuadernos. El réquiem de la tinta sobre el papel. Guardo los cuadernos como uno de mis tesoros. En las páginas de estas cinco libretas baratas –proletarias, me atrevería a decir en otro tiempo de más claridad moral–, las palabras de los presentes redibujan a los ausentes. Anoté a mano, sin grabadora por medio, los testimonios de familiares y amigos de los muertos hace dos años en los trenes que los acercaban a Madrid. Los entrevisté cara a cara. Los conocí en los peores momentos. A través de ellos hablaron los que no están con palabras poderosas e inolvidables, publicadas en 20 minutos entre marzo y junio de 2004 en la serie El tren de todos. Con respetuosas licencias, las palabras que no entraron en el espacio condicionado del diario permiten reconstruir lo que pudieron ser las horas previas a las bombas. La última mañana en el único tiempo verbal posible: presente de indicativo.

Alberto pasea al pastor belga Roni. La mañana es fría y al perro le sienta bien la niebla. Alberto también está contento. De un día a otro llegará la aprobación definitiva de la adopción. Sara tendrá finalmente un hermanito.

Esteban da unas caladas a escondidas, en el baño. Su mujer sabe que lo hace. Para él es una delicia saber que ella lo sabe. Les gusta jugar así, todavía niños, a engañarse con travesuras.

También saca a sus perrillas el gran Luis Andrés, con su notable mostacho. Se llaman Wanda y Lassie, y son las reinas de las calles del Pozo, donde pueblo todavía significa pueblo y no franquicia.

Hoy será mejor bajar a Madrid en tren, piensa Encarna. Acaba de oír en la radio que la N-II está atascada. No vale la pena intentarlo en autobús, como todos los días.

Otro solitario paseante de chuchos:  Juan Francisco. No sabe a cuál de los dos quiere más: el valiente callejero Jeremías o la pitbull Kira, tan blandita que no sabe ni ladrar.

«El café está listo, mami», dice en voz baja Tibor a la adormecida Simona. Él tiene prisa, no quiere llegar tarde a la obra, pero el café lo toman juntos. No tiene nada que ver con los desleídos cafés españoles: éste es rumano, tan denso como el Danubio.

Juan Pablo no piensa hacer la cama. Tampoco esta mañana. «¿A quién ofendo no haciéndola?», le pregunta a su madre.

Mientras se extiende crema hidratante por las mejillas, Pilar se ve guapa. Anoche escribió tres páginas de la novela. Ha superado el rubicón del centenar. En dos días dejará de tomar corticoides para la enfermedad de Cron y estará más guapa aún.

«¿Dónde vas?», pregunta Víctor, extrañado de ver a Inés vistiéndose. «He cambiado el turno en la clínica con una compañera. Hoy hago el de mañana», responde ella.

Ana Isabel, la chica ideal para un largo noviazgo, sale de casa protegida por un abrigo azul. Las judías para la comida, en una bolsa de Harrods. Samuel (7 meses), en el gran vientre del tercer trimestre de embarazo.

Atrevido pese al sopor de las 7 de la mañana, Óscar lanza dentelladas a su novia, Jana. Ella, domadora, le da golpes con el 20 minutos. Están enamorados y esperan el tren con ánimo de verbena.

Liliana Guillermina, la muchacha de Quito, nunca ha visto la nieve. Irá a buscarla pasado mañana, el sábado, con El Chiripa, su primo. Quizá encontremos un Toledo blanco, piensa.

Sanae ha desayunado leche fría y  lleva galletas en la mochila. Hoy tiene clase de tecnología en el instituto. Es su asignatura favorita.

Abel cumple hoy 27 años. Se le nota en el cuerpo expresivo. Abel habla con los brazos y el torso, lanzados sin miedo hacia el mundo. En la estación, en los breves minutos de espera, lee Solaris, una novela de ciencia ficción sobre un monstruoso niño autista y un dios olvidadizo y caprichoso.

Dandy y señorito, Vicente echa una mirada al empeine de los zapatos. Le gusta que tengan la capacidad reflectante de los espejos. En los zapatos de Vicente está retratado el cielo gris de marzo.

Felisa deja a su hijo Óscar en la estación de Santa Eugenia. Un beso y dos palmaditas en la cara. La madre mira de reojo la pantalla que anuncia la llegada de los convoyes: «Próximo tren, Atocha, un minuto».

«Dícese de los cuerpos que están al rojo vivo». Apasionada de los crucigramas, Mariom busca la palabra. La tiene en la punta de la lengua, pero no da con ella.

Tras los ojos de Florencio hay un gol, el que ayer marcó Zidane a pase de Salgado para dejar fuera de la Champions al Bayern. Aún puede ver la volea.

Dos tupperwares son la gran fortuna de Carlos. Uno: macarrones y pollo. Otro: una manzana y, en una delicada bolsita plástica, nueces ya peladas. Es la comida del mejor chef: mamá.

En el diario, las reseñas de los últimos días de campaña electoral. «Quiero hacer un poco más y un poco mejor, pero nada especialmente distinto de lo que hizo Aznar», dice Rajoy. «Este país necesita más ordenadores, más becas, más dinero para laboratorios y planes tecnológicos», dice Zapatero. Begoña lee. Hoy ha quedado a comer con su padre y seguramente hablarán otra vez de política.

David le da vueltas a la entrevista de trabajo. Tiene cita a las 11.30 h. Lleva la chaqueta de cuero de las rebajas y la camisa de Tommy Hillfiger que le regaló Beatriz, su novia. El agua de colonia hace que el vagón huela a película.

Livia y Juan se sientan enganchados. Piensan en vivir juntos, necesitan sentirse. Él ya ha aprendido a llamarla bibliuta (pequeñita). A ella le hace gracia escuchar como suena el rumano con acento cordobés.

«Pero la cama estaba vacía aunque parecía que alguien hubiera dormido en ella». A Angélica se le queda dentro la frase. Pertenece al libro A sangre fría, del estadounidense Truman Capote, que debe leer para hacer un trabajo en la facultad. Hoy hay huelga en la universidad, pero Angélica va a la biblioteca a estudiar.

Padre e hijo, el mismo enganche. Francisco Javier hace el viaje en tren como ceremonia de vinculación con su hijo Jorge. Le acompaña porque sí, porque están solos durante el trayecto y le roban tiempo al mundo.

Lourdes se recuesta contra la ventanilla y cierra los ojos. Neil, su marido, suspira.

Cipriano dormita. El movimiento del Cercanías siempre le recordó al de las cunas.

La alianza de boda de Félix vuela y cae sobre las vías.

Narración editada a partir de testimonios personales de familiares y amigos de las siguientes víctimas del 11-M: Esteban Martín Benito, Juan Alberto Alonso, Luis Andrés Martín, Encarnación Mora, Juan Francisco Pastor, Tibor Budi, Juan Pablo Moris, Pilar Cabrejas, Inés Novellón, Ana Isabel Gil y su hijo Samuel, Óscar Abril, Liliana Acero, Sanaa Ben Salah, Abel García Alfageme, Vicente Marín, Óscar Gómez Gudiña, Mariom Subervielle, Florencio Brasero, Carlos García Presa, Begoña Martín, David Vilela, Livia Bogdan, Francisco Javier y Jorge Rodríguez, Neil Torres, Ana Isabel Gil, Cipriano Castillo, Félix González Gago, Juan Carlos del Amo, Eduardo Sanz, Paz Criado, Ana Martín, José Luis Tenesaca y Angélica González.

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