Relato de un proscrito

El siguiente es un relato en primera persona sobre las vicisitudes de un fumador tras la implantación de la ley antitabaco.
"Desde que empezó la ley antitabaco no fumo menos..."
"Desde que empezó la ley antitabaco no fumo menos..."
Sergio González
"Desde que empezó la ley antitabaco no fumo menos..."

Los lunes al sol, y los martes, los miércoles... por los cinco minutos que dura un cigarrillo a las puertas de esta empresa.

Empiezo a entender a las palomas–seres de lo más odiados en esta civilización– unidas todas en un espacio, arremolinadas, paloma contra paloma, prietas–la misma civilización que las invitó a establecer el vicio de ensuciarlo todo, como nosotros con las colillas, y que ahora quiere deshacerse de ellas.

Desde que empezó la ley antitabaco no fumo menos. Expectativas rotas. Digamos que antes me acompañaba mi mono y ahora cargo con él a cuestas 

Desde que empezó la ley antitabaco no fumo menos. Expectativas rotas. Digamos que antes me acompañaba mi mono y ahora cargo con él a cuestas. Si acaso me he convertido en un fumador selectivo: en las horas libres revivo los excesos de la revolución industrial en el placer de mi tráquea.

Me convierto en un funámbulo entre estanco y estanco, buscándole plátanos, perdido en los vaivenes de esta extraña bolsa de precios: «Extra, extra, ¡sube el Fortuna! ¡el Marlboro ya no es de señoritos!» Y los estancos en plena guerra con las multinacionales y su mercado.

Llámenme esclavo; pero antes fumaba en los restaurantes y ahora me echan en cara hasta que huelo a humo.

Y yo en plena guerra también con la gripe por mis lunes, mis martes... al frío, la lluvia, el temporal o la brisa. Llego a pensar que la gripe, si no es aviar, no es cuestión de salud pública. Llámenme esclavo; pero antes fumaba en los restaurantes y ahora me echan en cara hasta que huelo a humo.

Díganme radical; pero antes las cañas y el cigarrito cumplían su indisoluble rito social e iniciático. Táchenme de subversivo, sí: pero no creo en la ley seca.

Los fumadores con sus monos. Los estanqueros con sus guerras. O será al revés, los estanqueros y multinacionales con sus monos y los fumadores con sus guerras.

Y al final, cuando subrayo mis papeles al raso, porque soy periodista y ese es mi trabajo, mientras observo a la gente que pasea y mira, entiendo que ya no llevo mi mono a cuestas en este zoo que improvisamos cada día al sol, la brisa o la tormenta, sino que me he convertido en él. «Pitas, pitas...».

NOTICIAS RELACIONADAS

Mostrar comentarios

Códigos Descuento