Empieza el delirio. El director de cine bosnio –con camiseta del Che– y compañía (guitarrista en pijama, juez-violinista, la máquina sexual al trombón... y así hasta diez) toman el escenario en la gran fiesta de la irreverencia, en un éxtasis gitano, punk, circense, una orgía de «unza, unza», como ellos llaman a su peculiar ritmo.
En pleno desmadre, el inagotable maestro de ceremonias Nelle Karajilc anuncia a «Mr. Javier Bardem». Y tras un simulacro de felación a Kusturica (para otros, simple reverencia), Mr. Bardem –fondón, todo hay que decirlo– se pone a la percusión y se une a la locura durante más de 15 minutos: frenéticos movimientos de cabeza, melena y sudor al viento, y ritmos bien marcados. Además de actuar, sabe tocar. Luego vuelve a la marea humana, sin reclamar un aplauso, sin quitar protagonismo a los reyes balcánicos. Porque aquí sólo hay un protagonista: el cachondeo.
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