Marta Sanz, de pata negra

Un asesinato, un detective, y todos sospechosos
Black, black, black
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Kritipop
Black, black, black

‘BLACK, BLACK, BLACK’: DE CÓMO LA LITERATURA ES UN JUEGO BIEN SERIO

La familia Esquivel contrata a Arturo Zarco, detective privado, para investigar el asesinato de su hija Cristina: los desconsolados padres pretenden inculpar a Yalal, el desconsolado viudo, para recuperar la custodia de Leila, hija que imaginamos también desconsolada. Todo hasta aquí se intuye negro, negro, negro.

Pero las cosas pasan de castaño oscuro cuando el gallardo detective peina canas e informa de todos sus movimientos a Paula, la mujer de la que se divorció al confirmar su homosexualidad; de él, que no de ella, casi autodefinida como cojita y solterona.

O cuando la femme fatale de la que no se fían es un adolescente, Olmo, que no distingue el carmín de la sangre. O cuando el entorno de la víctima y el sospechoso lo compone un vecindario en el que, por inestabilidad mental masiva, todos podrían asfixiar con un cordón el cuello de la del segundo.

El salto mortal

Marta Sanz ha debido de pasárselo pipa escribiendo Black, black, black: lo percibimos en la falta de prejuicios hacia sus personajes —todos, justo, los que a ellos les sobran—, en la fluidísima narración, en la prosa llena de recovecos, detalles, minucias. «Lo he hecho con vocación científica. Como un especialista en fonética que usa su espectrógrafo», se defiende Zarco cuando Paula le reprocha que se burle de la pronunciación de Yalal, y así ha obrado Sanz, regodeándose en unas descripciones que nos trasladan a ese gris portal de clase media que, en esta novela, nos parece la ciudad de Los Ángeles.

Una de las claves de la novela se desliza en la recta final: «Es mi manera de seguir jugando con Arturo Zarco, que es un perfecto imbécil al que también le gusta jugar conmigo». Marta Sanz juega con la estructura: salta entre qué ocurre y qué ocurrió según Zarco; nos presenta el diario de Luz, una de las protagonistas (y que también salta entre qué ocurrió y, en nuestra mente, qué pudo ocurrir); termina con la casi única voz autorizada, la de Paula, encargada de combinar el orden de los hechos y el desconcierto de la narración, que da la vuelta al caso y a nosotros. Porque Black, black, black es una novela de ficción, por supuesto, que sin embargo nos plantea qué ocurre cuando esa invención nos toma el pelo y puede ser verdad, mentira, salto mortal. Una novela, dentro de una novela, dentro de una novela...

Una novela negra que es una novela social. Que es una novela de humor. Que es una lección magistral de ingeniería narrativa: ajuste de la trama, diseño de personajes, tensión, suministro de guiños. Una novela negra que es —no lo olvidemos— una novela negra. «Yo preferiría escribir otro tipo de novelas», asegurará Claudia Gaos, la escritora del bloque. «Me gustaría meterle el dedo en el ojo al lector. Romperle los cristales del monóculo». Y una novela que es, para variar en la bibliografía de Marta Sanz, espléndida.

Black, black, black. Anagrama /336 páginas / 19,50 euros

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