Si la muerte es una consecuencia de la buena (o mala) salud, las diferencias sanitarias en los barrios de Barcelona aún persisten. En dos décadas, las desigualdades sociales y económicas en la mortalidad han caído, de media, un 80%, pero no se han esfumado. Y, en algunos casos, incluso han aumentado.

"La riqueza y el nivel de estudios repercuten en la salud de las personas. Está demostrado. Por ejemplo, los más privilegiados pueden pagarse una cobertura doble", ha apuntado la doctora Carme Borrell, coautora del estudio 22 años de evolución de las desigualdades socioeconómicas en la mortalidad en Barcelona, el primero de estas características en España.

Quede claro que todo el mundo se muere una vez y que la tasa de mortalidad ha descendido en todas las circunstancias. Las diferencias, pues, miden el riesgo relativo. Y eso es lo que ha mejorado: la pobreza es menos determinante para explicar por qué muere alguien en Barcelona.

En el período 1983-88, la posibilidad de los varones de 40 a 59 años de morir era un 103% superior en las zonas humildes comparadas con las más favorecidas; entre las mujeres era un 85% superior. Transcurridas dos décadas, entre 2000 y 2004, esta divergencia se redujo al 15% para ellos y al 10% para ellas. Si se analizan las edades superiores (60-79 y de 80 en adelante), la evolución es muy similar. Se pasa de diferencias entre el 71% y el 145% a otras entre el 4% y el 12%.

"Esto demuestra que las diferencias han caído, a diferencia de lo que sucede en la mayoría de los países desarrollados, donde las discrepancias crecen", ha destacado Borrell. Tres motivos lo explican: "El descenso de la mortalidad por sida, la prioridad por la salud pública y la universalización de los servicios de salud desde 1986", ha afirmado.

"A pesar de estos resultados positivos", los autores han advertido que es "necesario seguir las desigualdades en la salud, así como planificar y ejecutar políticas de intervención social y sanitaria para reducir las desigualdades en salud", han concluído.