La bandurria suena a tuna, a banda de mariachis o a música sudamericana. Esa pequeña guitarra de sonido agudo es, en realidad, la evolución del ravel, un instrumento que ya aparece en tallas románicas (siglo X-XI).
En Asturias, en el concejo de Caso y más concretamente en el pueblo de Caleao, la bandurria fue un instrumento indispensable para las celebraciones y conservó durante siglos su forma original. Según el profesor de música tradicional José Ángel Llaneza, que ayer ofreció una pequeña demostración de cómo se toca este instrumento, se debe al aislamiento geográfico de la región.
Aunque ya no hay intérpretes populares, las escuelas de música tradicional han recogido el testigo de la tradición y la de Oviedo, ubicada en los bajos del Nuevo Tartiere, le ha dedicado una exposición de dieciséis instrumentos que se puede visitar, hasta el miércoles 30 de julio, de 10:30 a 13:30 y de 16:00 a 19:00 horas. La entrada es gratis.
Algunas de las piezas se han recuperado en Argentina o México, donde fueron llevadas por emigrantes asturianos.
La bandurria es un instrumento con caja de madera recubierta de piel. Para fabricarla, se utilizaban los materiales que hubiera a mano: madera de cerezo, peral, manzano... y piel de vaca, cabra u oveja.
Tiene tres cuerdas, para las que se empleaban tendones o tripas de animales que no fueran a utilizarse para embutidos, como la gallina.
En total abarca una octava y se toca con un arco parecido al del violín, aunque algo más rudimentario. Una de las cuerdas no se puntea, es decir, el sonido permanece fijo mientras con las otras dos se buscan los acordes.
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