Hay un 65% de furtivos entre las rederas

  • La Xunta enviará inspectores por sorpresa para combatir a los ilegales.
  • El colectivo pide equiparación salarial con los hombres, que cobran más.
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La Xunta ha acordado con la Federación de Redeiras Artesás de Galicia enviar inspectores por sorpresa a las localidades.
La Xunta ha acordado con la Federación de Redeiras Artesás de Galicia enviar inspectores por sorpresa a las localidades.
La Xunta ha acordado con la Federación de Redeiras Artesás de Galicia enviar inspectores por sorpresa a las localidades.

Galicia vive del mar, de sus barcos, pero en tierra, el aparejo esconde una red de trabajadores ilegales que provoca que el tradicional oficio de las rederas esté en peligro de extinción.

El colectivo exige una cualificación profesional y denuncia que hay un 65% de furtivos trabajando en el sector por la falta de control de la Administración y la permisividad de los armadores.

Para frenar esta situación, la Xunta ha acordado con la Federación de Redeiras Artesás de Galicia (donde hay unas 200 asociadas) enviar inspectores por sorpresa a las localidades donde se desarrolla esta actividad. Su misión, destapar a los ilegales.

Salarios bajos

Según la presidenta de la federación, Evangelina Martínez, hay personas que no cotizan (o porque están jubilados o porque no declaran a Hacienda lo que ganan), lo que provoca que los empresarios paguen a algunas mujeres –sobre todo en las Rías Baixas– dos euros por hora de trabajo.

«Muchas no llegan al salario mínimo y así nadie quiere aprender el oficio, que acabará desapareciendo», cuenta. La desigualdad también pasa factura: ellas cobran menos que ellos por hacer el mismo trabajo.

Testimonia que algo queda

Isabel Pérez. Redera de Cariño (A Coruña). 43 años.

«Las vacaciones son un sueño»

Ni vacaciones, ni pagas extra. Isabel es una de las 30 rederas que trabajan en el puerto de Cariño (A Coruña). En su puesto de trabajo, donde las mujeres son mayoría, también hay mesas, pero no de oficina, sino llenas de redes y aparejos que necesitan arreglarse para que los barcos puedan faenar.

Ella, como sus compañeras, asegura que las condiciones laborales no son las mejores, porque es un trabajo duro y todas son autónomas. Las vacaciones y las pagas extra son un sueño para todas. «Es un empleo físicamente muy duro para los brazos y la espalda: son muchas horas de pie, con redes mojadas, y la humedad también afecta al cuerpo.

Además, si un barco se queda en tierra por una avería o temporal, nosotras no cobramos. Sólo se cobra por día trabajado», explica. Trabajar en un almacén, como dicen en Cariño, supone para las mujeres un apoyo fundamental en un pueblo que, como tantos de Galicia, apenas hay otra salida laboral que el mar.

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