Las chicas que pinta Ella Kruglyanskaya (nacida en Letonia en 1978 pero residente en los EE UU desde los años noventa) parecen situadas siempre en un estado de alta tensión dramática que afrontan sin histerismo ni drama. Son muchachas sexis, con cierto aire de vampiresas y amantes del cotilleo y la cháchara.

Una de las artistas plásticas más mencionadas a la hora de elegir a los talentos emergentes de las últimas décadas, Kruglyanskaya expone por primera vez una antología retrospectiva en un gran museo europeo. La muestra, organizada por la sucursal de la Tate en Liverpool, señala la entrada de la pintora en la primera división del arte contemporáneo.

Los dibujos y pinturas de esta pintora de mujeres han llamado la atención por la audaz e imaginativa combinación de colores vivos y patrones de procedencias muy concretas —la iconografía dinámica de los diseños gráficos de los pósters de películas de las décadas de los años cincuenta y sesenta del siglo XX— y la brillante sordidez del alemán Max Beckman, a quien cita como influencia primaria y cuya desvergonzada sensualidad aparece tras muchas de las obras de la artista.

La "representación femenina" es el terreno en el que se mueve, sin excepciones. En la narrativa plástica que elige para llevar al lienzo a sus chicas hay ironía, vigor, y polémica. "El cuerpo de la mujer en la obra de Kruglyanskaya no es un campo de batalla: es seguro y vital", dicen desde la Tate.

Con pinturas de los últimos diez años de trabajo de la artista y el estreno de nuevas obras datadas en 2016, todas sobre "las relaciones entre mujeres, la amistad y los diálogos", la exposición muestra un mundo audaz de colores saturados y patrones de alto contraste poblados por mujeres atrevidas, gruñonas, seguras y muy femeninas.

Están atrapadas en momentos de tensión, pero de bajo voltaje: cotilleando un secreto al oído, observando con enigmática sorpresa una escena de playa que vemos reflejada en las gafas de sol de la protagonista, discuten mientras pasean, lucen un vestido en el que los pechos son ojos...

Kruglyanskaya utiliza con frecuencia el temple, una clásica técnica basada en la combinación de pigmentos de color con yemas de huevo, un estilo muy profuso en las pinturas de paneles durante la Edad Media. El acabado tiene cierto matiz de exuberancia y lujo, con espacios aplanados y claramente delimitados, de poca profundidad, como si se tratara de fotografías de primeros planos.

El cuerpo de la mujer en la obra de Kruglyanskaya es "fuerte y seguro", con la moda y los textiles jugando un papel decisivo relacionado con el tema o el espíritu de cada cuadro. La presencia masculina se reduce a siluetas que parecen dibujos animados o fragmentos corporales distorsionados y meramente decorativos.

Las "mujeres ficticias" de la artista "se caracterizan con honestidad" y quieren "subvertir muchas de las expectativas tradicionales de la forma en que el cuerpo femenino es representado", concluyen en la Tate.