Muestran en Madrid cien obras de la fotógrafa del lirismo espiritual Julia Margaret Cameron

  • La Fundación Mapfre trae a España la gran antología coorganizada con el Victoria y Alberto de Londres para celebrar el bicentenario de la fotógrafa inglesa.
  • Empezó a retratar a los 48 años y fue críticada por sus técnicas poco convencionales pero hoy es considerada pionera en la concepción de la foto como arte mayor.
  • Aspiraba a aunar 'lo real y lo ideal', sin que la devoción por la belleza 'sacrifique en nada la verdad' y hacía retratos que contenían 'la voz y la memoria de las personas'.
Julia Jackson retratada por Julia Margaret Cameron en 1867
Julia Jackson retratada por Julia Margaret Cameron en 1867
© Victoria and Albert Museum, London
Julia Jackson retratada por Julia Margaret Cameron en 1867

"Aspiro a ennoblecer la fotografía, a darle el tenor y los usos propios de las Bellas Artes, combinando lo real y lo ideal, sin que la devoción por la poesía y la belleza sacrifique en nada la verdad". La voz de Julia Margaret Cameron (1815-1879) era única en el siglo XIX. Aspiraba —y lo consiguió— a convertir el retrato en un arte mayor, realista y al mismo tiempo lírico y con un fondo de latente espiritualidad.

Una primorosa selección de un centenar de obras de la pionera inglesa compone la antología Julia Margaret Cameron, que expone en Madrid la Fundación Mapfre del 18 de marzo al 15 de mayo en la sala de la calle Bárbara de Braganza, 13. La antología está coorganizada por la fundación de la aseguradora española y el museo Victoria y Alberto de Londres, que la estrenó en noviembre de 2015 para celebrar el bicentenario de la artista, nacida en Calcuta (India) en una familia poderosa —era hija de un oficial del ejército colonial británico y una dama francesa, a su vez hija de un noble que había sido amante de María Antonieta—.

La más famosa de las fotógrafas inglesas

Aunque nadie discute a estas alturas que Cameron es quizá la mejor y sin duda la más famosa de las fotógrafas inglesas, la artista no lo tuvo nada fácil en una época en que solo los hombres tenían acceso al todavía naciente arte de la captura de imágenes con materiales ópticos y químicos. Sus contemporáneos la consideraban una artesana descuidada y, aunque era admirada por el público, pasaron años hasta que los académicos e historiadores la situaron entre los fotógrafos artistas.

Influencia notable para los movimientos esteticistas británicos, sobre todo los prerrafaelitas, que tomaron buena nota del alto grado de espiritualidad liberadora con que Cameron mostraba a sus modelos, idealizadas como diosas helénicas o ninfas de los boques difuminadas como apariciones fantásticas. Jugaba a la fantasía como ningún otro fotógrafo de su tiempo y quizá esa libertad explique en parte por qué fue condenada por algunos contemporáneos, que la consideraban poco dotada  de habilidades técnicas.

Raspaba los negativos para avejentarlos

Lo cierto es que a la fotógrafa no le importaba demasiado que las fotos estuviesen enfocadas o fuera de foco —subterfugio al que acudía conscientemente para añadir misterio a las tomas— o mostrasen escasa riqueza de detalles: prefería que "respirasen vida", decía. A veces raspaba los negativos para avejentarlos artificialmente. Muy famosa entre el público, le importaban poco las rencillas académicas. Para ella la cámara era un objeto sagrado —"desde el primer momento he manejado mi objetivo con un ardor tierno"— y la comparaba a un "ser vivo" que le permitía "hacer retratos con la voz y la memoria de las personas".

Para agrandar la leyenda deben considerarse dos tesituras: Cameron padeció de niña y en su juventud de un palpable complejo de patito feo y se dedicó a su ser poco más que una ama de casa y madre, cultivada pero condenada por la estratificación social, hasta que a los 48 años una de sus hijas y su yerno le regalaron una cámara para luchar contra el tedio de su día a día en Dimbola, la casa de la isla de Wight en la que residía y cuyo gallinero adaptó como laboratorio y cuarto obscuro para revelar.

Dos años para triunfar

A partir de este momento se volcó por completo en la fotografía con una energía y dedicación inagotables; en apenas dos años ya había vendido obra y donado algunas de sus fotografías al South Kensington Museum, el actual Victoria y Alberto. Posaron para ella la flor y nata de la intelectualidad y el arte británicos, entre otros, Charles Darwin, Alfred Lord Tennyson, Robert Browning, John Everett Millais y Edward Burne-Jones.

La exposición, dividida en cinco tramos temáticos y de estilo, incluye buena parte de los grandes éxitos de la fotógrafa: desde Annie, el primer retrato del que se sintió satisfecha, tomado solo un mes después de que le regalaran la cámara, a Julia Jackson(1867), un misterioso y cautivador retrato, y Hosanna, una de las "fantasías con efecto pictórico" que serían la imagen de marca de la artista.

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