Londres restaura al voluptuoso Eùgene Delacroix, ninguneado en su tiempo por 'incompetente'

  • Una gran exposición en la Galería Nacional inglesa, 'Delacroix y el nacimiento del arte moderno', muestra la grandeza de un artista incomprendido en su época.
  • El autor de 'La libertad guiando al pueblo' fue un creador volcánico y un ser humano inquieto, moderno y preocupado por culturas ajenas a la europea.
  • Sólo con las vanguardias —Picasso le admiraba y Cézanne dijo que 'todos pintamos como Delacroix'— fue tomado en serio su estilo.
Delacroix fue el primer pintor europeo en entrar en un harem musulmán
Delacroix fue el primer pintor europeo en entrar en un harem musulmán
© Musee Fabre, Montpellier Agglomeration
Delacroix fue el primer pintor europeo en entrar en un harem musulmán

A los seis meses de la muerte a los 65 años, en agosto de 1863, de Eùgene Delacroix, fue anunciada la venta del estudio del artista, en París. Las crónicas dicen que llegaron multitudes de curiosos y que la reacción general fue la misma: un asombrado estupor por la enorme cantidad de cuadros, estudios, bocetos y apuntes que abarrotaban el lugar.

Para un pintor que era acusado de "incompetente" y "descuidado" por la crítica y buena parte de los artistas de su tiempo por no culminar los temas y dejarlos en lo que entendían, con ceguera y conservadurismo,  como acercamientos parciales, aquella cantidad de apuntes previos, gérmenes de elementos que luego desarrollaba en lienzos, reventaba la visión académica general.

Destruir el realismo

Tuvieron que pasar décadas para que Delacroix fuese entendido como el revolucionario que fue: acaso el primer pintor en entender que las formas componían los detalles y que el realismo podía ser construido con manchas de luz y color, que la narrativa plástica no era una competición para emular detalles a la perfección. Los vanguardistas de finales de los siglos XIX y comienzos del XX vieron en los modos de Delacroix el inicio del modernismo. "Todos pintamos como ya lo hizo Delacroix", afirmó Cézanne. "¡Ese bastardo pintaba realmente bien!", añadió poco después Picasso.

La tardía comprensión del pintor francés, autor de obras que pertenecen a la memoria simbólica de la raza humana —el ejemplo más patente es La libertad guiando al pueblo (1831), una obra con tanta carga emocional que es considerada el cuadro sumarial de los valores de Francia como nación—, será analizada en la gran exposición Delacroix and the Rise of Modern Art (Delacroix y el nacimiento del arte moderno), en la Galería Nacional de Londres del 17 de febrero al 22 de mayo.

'El poeta de la pintura'

La antología quiere colocar en contexto al "poeta de la pintura", como le llamó Baudelaire, o al pintor "con un sol en la mirada y una tormenta en el corazón", como escribieron en un obituario, y muestra obras del maestro y también de su eco: el rebrote de una forma romántica y arrebatada de pintar en artistas que medio siglo después se inspiraron en él.

Impresionistas, postimpresionistas,  puntillistas, simbolistas, expresionistas y modernistas son herederos claros de Delacroix, cuya impronta puede rastrearse en Van GoghGauguin, Seurat, Fantin-Latour, Redon, Monet, Cézanne, Whistler, Manet, Gustave Moreau, Matisse y Picasso, así como en escritores como Stendhal, Gautier, Proust y Henry James.

El 'más original'

Como predijo Baudelaire tras una exposición de Delacroix en 1845 contradiciendo la opinión general, se trataba del pintor "más original del pasado  y el presente", un artista "apasionadamente enamorado de la propia pasión y firmemente determinado a expresar esa pasión de forma directa y  clara".

En el diario del pintor hay anotaciones que corroboran la idea. "No me gusta la pintura razonable", escribe en una. "El mérito de una  pintura es producir una fiesta para la vista. Lo mismo que se dice tener oído para la música, los ojos han de tener capacidad para gozar la belleza de una pintura. Muchos tienen el mirar falso o inerte, ven los objetos, pero no su excelencia", añade en otra.

Dandi y anglófilo

La exposición, la primera gran antología en suelo inglés dedicada en el último medio siglo al romántico francés —que era, por cierto, muy dandi y bastante anglófilo, lo que contribuyó a la tirria que le tenían algunos de los académicos y críticos de la siempre antibritánica sociedad gala— está compuesta por 60 obras, más de un tercio de las cuales son de Delacroix, mientras el resto es una amplia selección de piezas de artistas posteriores que "no habrían sido posibles sin el ejemplo del viejo maestro".

Lo más destacado de Delacroix es su Autorretrato de 1837, que llega cedido por el Louvre, y cuatro óleos dominados por una salvaje sensualidad que fueron muy polémicos cuando el artista los presentó en los salones académicos de París: The Fanatics of Tangiers (Los fanáticos de Tánger, 1838, del Minneapolis Institute of Art); The Death of Sardanapalus (La muerte de Sardanápalo, 1846, del Philadelphia Museum of Art; Bathers (Bañistas, 1854, del Wadsworth Atheneum Museum of Art, Hartford, Connecticut), y el feroz e impresionante Lion Hunt (Cacería de león, 1861, del Art Institute of Chicago).

La contemplación de estas cuatro pinturas es suficiente para resumir el estilo con que Delacroix abordaba la creación y el impacto que provocaban sus obras, compuestas para que la mirada y los sentidos disfrutaran de la voluptuosidad y las emociones intensas mediante representaciones colmadas de carnalidad y a la vez de afanes trascendentes —aunque no era practicante del catolicismo, el pintor trató temas religiosos con mayor frecuencia que ningún otro artista de su tiempo—.

Un paso más allá de Rubens

Yendo un paso más allá que su admirado Rubens en el festín volcánico de la lujuria, utilizaba los colores de un modo que en la época se consideró arbitrario, cuando en realidad quería que tuviesen un efecto más sensorial o psicológico que naturalista.

Primer bohemio de la pintura mundial, ajeno a la vulgaridad de las normas sociales y rebelde en su vida privada, fue un artista que defendió sin una sola concesión ni rastro de tolerancia hacia los bienpensantes una "visión personal" novedosa que se oponía a los cánones oficiales del arte.

"Liberó el color y la técnica de las rigurosas reglas tradicionales y pavimentó el camino hacia nuevos estilos de pintura", dicen desde la Galería Nacional británica al aplaudir las "vigorosas y expresivas pinceladas" del estilo de Delacroix, el estudio de los efectos ópticos del color y la querencia del artista por los temas exóticos, que le llevó a ser el primer pintor del que se tenga conocimiento en colarse en un harem —en un viaje a Argelia y Marruecos en 1832 para pintar del natural el ambiente de las concubinas en la intimidad—.

Una 'Piedad' de Van Gogh (según Delacroix)

En la exposición de Londres hay sobrados ejemplos de los pintores que tomaron como ejemplo al rebelde Delacroix, su estilo encendido y su posición como rompedor de reglas y convenciones. Entre los cuadros enraizados en el maestro están la Pietà (after Delacroix) de Van Gogh; un par de óleos de Cézanne: Battle of Love (Batalla de amor) y Apotheosis of Delacroix (Apoteosis de Delacroix); un estudio de Matisse para Luxe, calme et volupté (Lujo, tranquilidad y voluptuosidad), y, demostrando que la influencia alcanza a los orígenes de la abstracción, el Kandinsky Study for Improvisation V (Estudio para una improvisación V).

Nacido en 1798 el seno de una familia de la aristocracia —se le supone hijo biológico de un ministro francés de Relaciones Exteriores—, Delacroix causó sensación desde que debutó en un salón parisino —las únicas exposiciones permitidas entonces por la academia de artes y los sectores oficiales— en 1822 cuando expuso el monumentalBarque of Dante (La barca de Dante), que es propiedad del Louvre.

El cuadro, que muestra al bardo camino de su visita a los abismos infernales inició un debate que se prolongó durante toda la carrera del artista: mientras los sectores más reaccionarios hablaban de impericia técnica, los más atrevidos intuían la aparición de un genio del romanticismo, que para el pintor era una suma de pasión, fe, ironía y escepticismo.

'Mal e incompetente pintor'

En 1827 La muerte de Sardanápalo, una coreografía bárbara sobre el suicidio con todas sus mujeres de un rey asirio, pintada con un estilo de descarada fantasía, colorismo y una composición innovadora en el punto de vista y la distribución de volúmenes, fue todavía más polémica y algunos acusaron al artista de ser un "mal e incompetente pintor".

El viaje al norte de África de 1832 renovó su gusto por la extravagancia singular de ambientes que todavía eran semidesconocidos en Europa. Las obras de la etapa tuvieron una gran impacto en las pinturas de Renoir, Gauguin y Matisse.

A partir de 1833, con la crítica menos afiebrada en su contra, empezó a recibir el respaldo del público y recibió encargos para decorar edificios públicos como la Galería d’Apollon del Louvre y la cúpula de la capilla de Saints-Anges en la hermosa iglesia de San Sulpicio, que fue la última obra de Delacroix y logró despertar la admiración general.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento