En torno a 1880, Paul Cézanne pintó un autorretrato en el que contempla al espectador, es decir, a sí mismo, con una intensidad elevada asentada en el estilo que los críticos de la época despreciaban por ser "tosco e infantil". Fue uno de los primeros selfies de la pintura moderna que no se limitaban a la reproducción naturalista de los rasgos del artista, sino a la radiografía de su alma.
La exposición KünstlerBilde: Inszenierung und Tradition (Imágenes del artista: autoconstrucción y tradición), en la Neue Pinakothek de Munich hasta el ocho de junio, propone un repaso a la explosión de autorretratos en la pintura europea del siglo XIX. La pinacoteca pública no esconde que el objetivo de la muestra es aprovechar el "muy discutido fenómeno" de la difusión masiva, irreflexiva y global de los selfies digitales en los últimos años para presentar a los primeros que cayeron víctimas de la autorrepresentación.
Lo contrario a un espejo
La fiebre del autorretrato caló muy hondo entre los pintores europeos cuando empezaron a sentir la necesidad de mostrarse a los demás y verse como realmente se veían si cerraban los ojos y dejaban que la propia imagen se modelase en el cuarto obscuro de la mente y no ante un espejo. No es casualidad que el selfie de Cézanne parezca inacabado: el artista sentía que su condición como ser humano era incompleta.
Se trata de una estrategia de los pintores-poetas del XIX para buscar su esencia o de una estrategia hedonista, todo autorretrato, dicen los organizadores, está basado en las mismas preguntas de partida: "¿qué es un artista?, ¿qué estrategia elijo para retratarme?". Muchos pintores optaron, por ejemplo, por el camino contrario al de Cézanne y se mostraron trabajando en el estudio o hicieron de este espacio una proyección de sí mismos y su forma de ser.
Retratos hechos por amigos
Otros prefirieron posar para buenos amigos, convencidos del resultado de antemano. Por ejemplo Édouard Manet pintó a Monet en un bote entoldado mientras, a su vez, el segundo se dedicaba a pintar, en Monet peignant dans son atelier (1874); Wilhelm Leibl presentó a su amigo Carl Schub como un joven dandy en un delicado retrato de 1876, y Hans von Marées, en Doppelbildnis Marées und Lenbach (1863), se pintó junto a uno de sus colegas de gremio.
La exposición consta de unas 50 obras, en su mayoría pinturas, pero también se exhibe una pequeña selección de esculturas de Johann von Halbig, Johann Baptist Stiglmaier y Léon Brunin, de quien se han restaurado piezas exclusivamente para la muestra. También se ha sometido a un proceso de revitalización un retrato de Rembrandt datado en torno a 1712, una obra citada con frecuencia como precursora de los autorretratos modernos.
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