Un cambio radical es el que ha sufrido la Praza de Portugal en poco tiempo. A pesar de que no se puede jugar al balón ni montar en bici, cada tarde la plaza se llena de gente dispuesta a relajarse con el sonido del agua, acompañar a sus niños al parque o incluso a practicar un poco de ejercicio en el pequeño gimnasio que instaló el Concello.
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