Boris Yeltsin: un reformista en tiempos de cambio

  • Fue hombre de confianza de Gorbachov durante años.
  • Resistió un golpe de Estado contra sus reformas.
  • Acordó con Bielorrusia y Ucrania la desaparición de la URSS.
Yeltsin lee un comunicado al pueblo ruso durante el golpe de Estado de 1991 (Foto: STRINGER / REUTERS).
Yeltsin lee un comunicado al pueblo ruso durante el golpe de Estado de 1991 (Foto: STRINGER / REUTERS).
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Yeltsin lee un comunicado al pueblo ruso durante el golpe de Estado de 1991 (Foto: STRINGER / REUTERS).

Aunque Mihail Gorbachov es la viva imagen de la desaparición de la Unión Soviética, con la muerte de Boris Yeltsin desaparece quien apuntilló a la superpotencia comunista con sus envites reformistas y el pulso que planteó al que, años atrás, fuera su padre político.

La imagen más recordada de este ingeniero de la construcción que dirigió los destinos de la Federación Rusa entre 1991 y 1999 es sin duda la que le aupó a la fama: él subido en uno de los tanques golpistas llamando a la desobediencia civil como forma de lucha contra el régimen comunista.

Nacido en Butka hace 76 años, Yeltsin se licenció en la actual Yekaterinburgo y trabajó durante años en el sector metalúrgico; en 1961 comenzaría su carrera política como miembro del Partido Comunista de Rusia, rama republicana del PCUS, y ocho años más tarde consiguió comenzar a ejercer cargos administrativos.

La voz discrepante del Partido Comunista

Entre 1976 y 1985 fue escalando posiciones dentro del partido, siempre con el reformismo en la boca: fue un férreo apóstol de la necesidad de introducir cambios en la estructura económica y social de la URSS, justo en un momento en el que la balanza de la Guerra Fría declinaba inexorablemente hacia el bando norteamericano.

Precisamente fue ese ímpetu reformista el que llevó a Gorbachov a fijarse en él en 1985 para la Secretaría General del PCUS, y Yeltsin le correspondía con su radical apoyo al proyecto renovador del que fuera último presidente de la URSS, hasta que en 1986 Yeltsin ingresó en el politburó del Partido Comunista de la URSS.

Pero los problemas llegaron cuando la "perestroika" de Gorbachov supo a poco a Boris Yeltsin: empeñado en luchar contra la corrupción del sistema y el inmovilismo del dinosaurio comunista, el pupilo del presidente acometió grandes cambios, que le otorgaron una popularidad creciente y amenazadora.

En 1987 el partido no resistió las duras críticas y las iniciativas de Yeltsin, e intentaron presionar a Gorbachov para que se deshiciera de él: de alguna forma, iba más deprisa de lo que el plan de Gorbachov podía soportar.

Su defenestración y resurgimiento

Era diciembre cuando el comunicado de su decapitación política le sacaba del hospital, recién tratado de una dolencia cardíaca: pero el oleaje dentro del partido no podía controlarse con apartarle del poder, ya que la popularidad que arrastraba le hacía peligrosamente necesario.

Desde el ostracismo político terminó los ochenta y comenzó los noventa encadenando advertencias a Gorbachov para que introdujera una reforma económica radical ante la decadencia del régimen, lo que le valió otro espaldarazo popular en contra de Gorbachov, encarnando un ala "izquierda" dentro del PCUS.

Finalmente, Yeltsin lanzó una apuesta a doble o nada: a mediados de 1991, con el apoyo de una incipiente democracia en Rusia, decidió despolitizar las Fuerzas Armadas, lo que ocasionó que el 19 de agosto, el Ejército y el KGB respaldados por el ala más continuista del PCUS organizaron un golpe de Estado aduciendo como pretexto "el mal estado de salud" de Gorbachov, que descansaba en su residencia estival.

La imagen del tanque

Ahí fue donde Yeltsin dio su jaque mate a la estructura comunista rusa: con el pueblo a su favor y Gorbachov aislado, salió a la calle para leer una proclama de apoyo al presidente ruso contra el golpe de Estado y condenando la decisión del sector continuista mediante un llamamiento a la desobediencia cívica.

En apenas dos días el golpe fracasó, y Gorbachov no supo reaccionar con la premura que le exigía el popularísimo Yeltsin; como respuesta a su defenestración años atrás y como último golpe de efecto, se permitió humillar a Gorbachov ante las cámaras obligándole a leer un documento en el que admitía su culpabilidad al no haber sabido hacer frente a la situación.

Finalmente, los hábiles movimientos de Yeltsin condujeron a que se pactara la independencia de Ucrania y, con ella, la demolición efectiva de la URSS, con Yeltsin al frente de la nueva Federación Rusa y Gorbachov como presidente de una nación que había dejado de existir, cargo del que dimitió finalmente el día de Navidad de 1991.

Su paso por el Gobierno

En 1992, ya desde el Gobierno,  lanzó su programa de reformas, que comenzó por liberalizar los precios y privatizar la hasta entonces total propiedad del Estado, lo que vino acompañado con una creciente oposición del Parlamento, que en 1993 desemboca en un conflicto abierto. El 21 de septiembre de 1993 Yeltsin decreta la disolución del Parlamento, que los diputados se niegan a acatar y promueven la destitución legal del presidente por violar la Constitución; el 4 de octubre Yeltsin lanza los tanques al asalto del Parlamento y varios edificios oficiales en un enfrentamiento que causa cientos de muertos, aunque las autoridades sólo reconocieron 150.

Sofocada la revuelta, Yeltsin salió reforzado de los comicios legislativos y el referéndum constitucional del 12 de diciembre de 1993; días después, el 21, sustituyó el legendario servicio de espionaje soviético KGB por el Servicio Federal de Contraespionaje de Rusia.

La economía y los nacionalismos, su asignatura pendiente

Otra grave preocupación son las crecientes tendencias centrífugas en las repúblicas de la Federación de Rusia, que alcanzan su punto máximo en Chechenia, hasta que en diciembre de 1994 estalla la primera guerra de Chechenia, de la que la Rusia de Yeltsin sale derrotada en agosto de 1996. No obstante, ese mismo año fue reelegido presidente con el 53,8% de los votos y dos años después tuvo que hacerle frente a la grave crisis económica que hundió el país, por la que el rublo se devaluó al máximo, hasta el punto en el que el desastre económico repercutió en la política nacional con un "baile" de primeros ministros en el que irrumpió su futuro sucesor, el hoy presidente Vladimir Putin.

Durante esos años, sus problemas de salud fueron también una constante alarma. Sus afecciones cardiacas le obligaron a pasar por el quirófano en noviembre de 1996, cuando se le hicieron cinco puentes coronarios; más tarde sufrió una grave úlcera sangrante en 1999, así como dos complicadas neumonías en 1998 y 1999.

Finalmente, su fracaso en Chechenia, el estrepitoso escándalo de corrupción durante su presidencia ("Kremlingate") y su debilitada salud le obligaron a dimitir en 1999, ante lo que un hasta entonces desconocido Putin tomó el testigo del gobierno nacional.

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