Los familiares de las víctimas del tren Alvia siguen "sin consuelo"

  • Los familiares de fallecidos suman al "dolor" de su pérdida la "rabia" porque sienten que les están hurtando la verdad de lo que ocurrió en A Grandeira.
  • Esperan que se haga justicia y que no vuelva a ponerse vidas en riesgo en el tren.
  • Lamentan que todavía no haya rendido cuentas ningún cargo político.
María Patricia falleció en el accidente. Trabajaba en Madrid y viajaba a su ciudad para las fiestas. En la imagen, con su madre.
María Patricia falleció en el accidente. Trabajaba en Madrid y viajaba a su ciudad para las fiestas. En la imagen, con su madre.
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María Patricia falleció en el accidente. Trabajaba en Madrid y viajaba a su ciudad para las fiestas. En la imagen, con su madre.

Las fiestas del apóstol, la visita estival a una hermana, por trabajo... Las más variadas motivaciones cotidianas animaron a más de 200 personas a subirse hace un año al tren Alvia de las 15.00 horas entre Madrid y Santiago de Compostela. No imaginaron que no llegarían sanos y salvos a la capital compostelana. Que una curva tomada por el tren a 180 kilómetros por hora marcaría el abrupto final para 79 viajeros y dejaría con enormes secuelas a 140.

Un año después, los familiares de los fallecidos en el accidente ferroviario más grave de la democracia confiesan que siguen "sin consuelo". Y los heridos arrastran operaciones, muletas, medicinas y revisiones. Al dolor que sienten, si se les pregunta, añaden el sentimiento de "rabia" porque entienden que se les está hurtando la verdad. Muchos acudirán a los actos de homenaje programados en Santiago el jueves (una misa en la catedral y el descubrimiento de una placa en Angrois con lectura de poemas). Otros sienten que aún no están preparados. Que las heridas están demasiado abiertas.

"Alguien debió salir a decir: hemos fallado, dimito"

Rogelio y su mujer perdieron a un hijo en A Grandeira. David Bernardo Monjas tenía 36 años y era jefe de tripulación de Renfe en el Alvia siniestrado. El accidente deshizo la familia de estos jubilados que evolucionaron de ciudadanos anónimos a activistas por las víctimas del Alvia. "Esta lucha te quita de estar con la cabeza todo el tiempo pensando en la pérdida", reconoce Rogelio. "Creo que hará que mi hijo está contento por lo que hacemos", explica. Aún en duelo, se poya en una psicóloga. Pero se ve con fuerzas suficientes como para asistir al homenaje que su hijo recibirá junto al resto de las víctimas en la curva de Angrois. "Voy para que se sepa que no estamos solos, para que vean que la unión hace la fuerza y que necesitamos seguir todos juntos para reclamar lo que consideramos justo".

Lo que Rogelio busca es "la verdad". Pero tiene la sensación de que "el Estado" se la niega. No entiende como un accidente tan grave ha quedado sin prontas responsabilidades políticas. "Alguien debió haber salido a decir: os hemos fallado, no lo hemos previsto, ha ocurrido y dimito. Pero no ha sido así". Sí confía en que el proceso judicial pueda, al menos, incidir en la mejora de la seguridad ferroviaria. "No puede ser que si otro conductor se vuelve a despistar, la liemos de nuevo". En Santiago de Compostela pasará el tiempo justo de los actos de homenaje. La familia, él, su mujer y su hija: "los que hemos quedado", ha reservado dos noches de hotel en un pueblo de las afueras. Si se hospedara en la capital está seguro de que no dormiría bien, reviviría la terrible noche en la que recibió la peor de las  confirmaciones, el fallecimiento de David. "Con lo que me gustaba a mi antes la ciudad de Santiago", dice con pena, "Si he hecho varias veces el camino, pero desde que pasó lo que pasó es que no puedo con ella".

"No sé si podré mirar a la vía. Siento que algo se quedó allí"

Recién jubilada, Pilar Sastre (66 años) quiso pasar unos días de asueto con su hermana en Santiago. Ángel, su hijo, fue quien la llevó hasta el tren. En Chamartín comieron un poco en una cafetería y se despidieron con un beso ya en los torniquetes, minutos antes de la salida del Alvia. Durante el trayecto madre e hijo se enviaron sucesivos mensajes de móvil. El último lo recibió Ángel a falta de 15 minutos para que el tren llegara a la estación de Santiago. "Me extrañó que no me enviara confirmación de su llegada. Mi jefa, que escuchó del accidente en las noticias, me informó del choque y me preguntó si sabía algo de mi madre". Raudo subió a casa, puso la tele y las imágenes que vio le hicieron "presagiar algo grave". El teléfono de Pilar no daba señal. Ángel compró dos billetes de avión por Internet, pero acabó viajando a Santiago en coche. La web nunca le confirmó las tarifas de los pasajes, que subían como la espuma revalorizadas por el accidente.

Un año después, Ángel está dispuesto a volver al lugar del accidente. Quiere acompañar a su tía, la hermana que esperaba a Pilar en el andén de Santiago, al funeral en la catedral. Y, después, irán a Angrois. "No sé si podré mirar a la vía. No los sé. Siento que algo se quedó allí", y se emociona hasta el llanto. Enseguida se recupera para opinar que la sociedad no está preparada para asistir a los que les toca padecer una tragedia de este calibre. "Los mecanismos para ayudar son muy mercantilistas", denuncia. Del juicio, sin embargo, opina que va muy bien. "Espero que la apertura del juicio oral esté a la altura, que no se vea afectada la independencia judicial". Ángel cree que el maquinista, Francisco José Garzón, fue "el máximo responsable del accidente, pero no el único". Está convencido de que "por escatimar unos euros" se privó al tren de las medidas de seguridad necesarias. "Si no hubieran querido ahorrar tiempo y dinero en ese tramo el accidente no hubiera pasado". Y Pilar seguiría disfrutando de su jubilación.

"Cuando uno calla es que tiene miedo de meter la pata"

María recuerda que esa tarde estaba en la cocina preparando un guiso con patatas y carne que quería estuviera listo para su hija. María Patricia Castelo (30 años) llegaba de Madrid directa del trabajo deseando salir con las amigas a disfrutar de la noche grande de las fiestas del patrón. "Pensaba que estaba trabajando tanto que seguro que comería mucho de bocadillos y ni un plato caliente", recuerda al teléfono desde Santiago. Su marido salió a buscar a la joven a la estación. Pero volvió a casa sin ella. "La pobrica nunca llegó". Del primer año sin María Patricia, su madre solo tiene palabras de agradecimiento para el entorno de la joven: sus amigas, la familia, compañeros de estudios, de trabajo y el vecindario.

Sin embargo, está muy defraudada "con los políticos y los técnicos". Sobre todo, con los imputados de Adif y Renfe que se niegan a declarar en la causa abierta por el accidente en el que falleció su hija.  "Cuando uno calla es que tiene miedo de meter la pata. Si estoy libre de cualquier culpa no me tiene que dar miedo hablar", sentencia con enfado. Su mayor deseo, a sabiendas de que nada puede hacer volver a María Patricia, es que se haga justicia para que nunca más ocurra algo igual. Ella achaca el siniestro a la precipitación en la apertura de la línea férrea Madrid-Santiago "por ahorrar tiempo y dinero". Está convencida de que se inauguró "sin las medidas de seguridad necesarias". Cuando se acuerda de su hija, le viene a la memoria lo mucho que le gustaba de pequeñita ir al colegio. Le saca una sonrisa recordarlo si se cruza por el barrio con su primera maestra, Conchita. "Era de muy mal comer y yo le decía: si no comes no vas al cole. Ella me contestaba, Conchita dice que tengo que ir. Y yo insistía, en el cole manda ella y en casa yo".

Los supervivientes

Entre los que no acudirán a Santiago de Compostela por el aniversario están los padres de Yolanda Consul, que viajaban en el tren camino al entierro de un familiar. "De momento está muy tierno todo para que vayan para allá. Están en proceso de recuperación, no lo tienen asumido", explica Yolanda. El accidente ha cambiado la vida a toda la familia. "Mis padres han pasado de ser dos personas independientes y libres a ser totalmente dependientes. Mi padre ya no conduce, lleva tres operaciones en la mano, que la tiene inutilizada, y le han caído 20 años encima". Su madre ha pasado varias veces por quirófano, a causa de las múltiples fracturas en una pierna y en los brazos.

"Los dos tienen la cabeza abotargada de revisiones, médicos, operaciones y medicinas" y han precisado de la ayuda de un psicólogo para sobrellevar la situación. "Y eso que son de esa generación que ha sufrido en la vida mucho y se lo echa siempre todo a la espalda". Son muy fuertes "pero lo que vivieron allí fue terrible. Estaban debajo de un amasijo de asientos", recuerda Yolanda. "Es surrealista, parece mentira, que los sientos y las maletas sean armas arrojadizas. El vagón era una batidora de asientos".

Yessica Medina (33 años), su marido y sus hijos Carlos y Teresa (de 8 y 2 años respectivamente) volvían de un viaje fugaz a la Warner. Yessica recuerda el accidente "todos los días". A la cabeza le viene desde los paseos que se dio por el pasillo del tren, cuando se sentó, cómo tenía "afortunadamente" a la hija protegida entre sus brazos cuando todos los enseres del vagón —asientos, mesas y equipajes— se le vinieron encima. Como su marido les sacó del vagón y los gritos de la gente. Estuvo dos meses de baja y todavía le duelen las costillas que se le partieron, la fractura del pie y la brecha de la cabeza. Pero la peor parte de las secuelas las padece su hijo Carlos, que está en tratamiento psiquiátrico desde el accidente, porque "se le alteró el sistema nervioso". La familia reside en A Coruña y viajarán el jueves a Santiago. "Es una tragedia muy grande pero tenemos que dar gracias a Dios que estamos vivos los cuatro".

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