Juan Pablo Moris: “Llegué tarde para ser pájaro”

  • Juan Pablo Moris Crespo. 32 años. Era donante de sangre, objetor de conciencia y miembro de la plataforma ¡Basta ya! Murió en el tren que explotó frente a la calle Téllez a las 7:39 del 11-M.
  • “La paz sería posible si fuésemos capaces de no tomar vinagre en vez del desayuno” , Pilar, su madre.
Juan Pablo con sus sobrinas, Patricia y Sofía. Las niñas eran su locura.
Juan Pablo con sus sobrinas, Patricia y Sofía. Las niñas eran su locura.
20minutos
Juan Pablo con sus sobrinas, Patricia y Sofía. Las niñas eran su locura.

El presentimiento fatal la había asaltado otras veces –cuando murieron su madre y su hermano, por ejemplo–. Al despedirse del hijo en la mañana del 11-M, acosada por el augurio, estuvo a punto de echar a correr tras él y pedirle que no fuese a trabajar, pero Pilar Crespo (58 años) guardó para sí la turbación del pálpito funesto, ahuyentándola con la exigencia a la que tienen derecho todas las madres:

–Dame un beso hijo, que estos días te veo menos.

–No, mami, no uno, sino cuatro, dijo Juan Pablo Moris Crespo (32), que abrazó fuerte a Pilar antes de salir hacia la estación de Alcalá de Henares.

Juan Pablo, un tipo con la mente bien puesta y la sensibilidad a flor de piel, había esquivado otras veces la muerte. Pilar pasó los últimos dos meses de embarazo bajo la amenaza de un aborto, que trataba con grandes dosis de Mozart, el compositor que acabaría siendo el favorito de su hijo, el menor de tres hermanos. Más adelante, el niño, que sufría una grave alergia alimentaria, estuvo a punto de morir durante una operación. Luego, cuando montaba en bicicleta, un coche casi le atropella.

–Llegué tarde al puenting y el parapente. Debe ser maravilloso ser pájaro, se quejaba a veces.

Siempre supo, no obstante, que para volar no es necesario dejar el suelo. Juan Pablo despegaba de muchas formas: con el jazz, los libros de Gustavo Bueno, el juego inspirado del Real Madrid (“cuando lo hacían bien, abría la ventana y tocaba la trompeta”), las guerras de cojines con sus sobrinas Patricia (5) y Sofía (3) y, sobre todo, con su carrera, Ingeniería de Caminos, que estaba a punto de terminar. Pasmaba con las estructuras de hormigón de los puentes de la radial madrileña M-50 y el prodigio de las grandes presas (en una de sus favoritas, la del Encinarejo, en la Sierra de Andújar, ventearon sus cenizas).

–¿Qué te parece el ingeniero? No está nada mal, ¿verdad?, le preguntaba su padre, Gabriel Moris (64), ante una solemne puesta de sol para ponerle en un aprieto metafísico, porque Juan Pablo “no era capaz de creer en Dios, quería reducirlo a un silogismo”.

La irracionalidad era su gran enemiga. Conciliador y amigo de todos hasta el punto de invitar a comer a cuanto indigente encontrase en la calle o actuar como mediador en los líos de pareja de sus amigos, le dolía con especial acento la injusticia del terrorismo. Fue a más de una manifestación al País Vasco, porque, como argumentaba, “no es posible quedarse aquí tranquilo de fin de semana mientras otros están sufriendo tanto”.

Recogiendo el testigo, Gabriel, licenciado en Química, y Pilar, en Sicología, quieren que las esquirlas de la tragedia sirvan para edificar otro tipo de mundo. Cristianos y abiertos, están seguros de que la solución es bastante simple: “educar en el respeto y la estima mutuas, para favorecer una convivencia fraterna y pacífica entre personas de diferentes grupos, etnias, culturas y religiones”. Han excluido el odio, la ley del Talión, y, cada noche, cuando rezan juntos, no le ponen fronteras a la plegaria. Piden por su hijo, por todas las víctimas como el y también por los terroristas, a quienes consideran “ejecutores con el cerebro lavado, personas educadas en el odio y la falta de amor”.

–No siento por ellos ni rencor ni odio. Sólo pena, porque no han tenido ocasión de ser queridos. Sólo la falta de experiencia de amor les pudo llevar a hacer algo así, dice Pilar.

Mostrar comentarios

Códigos Descuento