Susana Soler: La mujer que no quería fotos

  • Susana Soler Iniesta. 46 años. Recepcionista. Tenía una gran capacidad de organización y adoraba a su hijo, de ocho años. Murió en el tren que explotó frente a la calle Téllez a las 7:39 del 11-M.
  • “No hay vuelta de hoja. Éste es el futuro que nos toca vivir”,  Mariano, su viudo.
Susana Soler.
Susana Soler.
20minutos
Susana Soler.

Ella y su marido tenían un pacto privado: nada de fotos. A él le resultaba difícil mantenerlo, porque la fotografía es su profesión desde hace años, pero aceptaba las condiciones. Sin razón aparente, porque era una chica de aspecto resuelto y con suficiente don de gentes como para caerle bien a los demás, Susana Soler Iniesta (46 años) era refractaria a las cámaras fotográficas.

–No era fotogénica, no le gustaba cómo salía retratada. Todas nuestras fotos son de paisaje o de grupo, dice el marido, Mariano Loureiro (51), técnico de laboratorio fotográfico y dueño de un estudio.

Su enamoramiento fue progresivo. Nada de flechazo instantáneo, algo que Mariano considera “de películas o novelas”. Se conocieron en 1981, en un pub del centro de Madrid al que acudían sus respectivas pandillas: Mariano con sus compañeros de trabajo y Susana con el grupo de amigas de la academia en la que preparaba oposiciones.

Tres años después se sintieron tan a gusto uno con el otro que decidieron casarse. Hace ocho años tuvieron su primer y único hijo, del que no daremos el nombre por deseo del padre. Fue un regalo inesperado después de varios tratamientos de fertilidad que no habían tenido éxito.

Si en la tragedia sin pautas del 11-M, que tantas grandes vidas oscureció para siempre, se pudiera establecer un arquetipo, quizá esta familia pudiese servir como muestra. Vida simple, anhelos simples y sonrisas simples. Sin grandes expectativas, pero con un montón de buen futuro por delante. Ambos trabajaban (Susana en una empresa de instalaciones de control de líquidos), el niño crecía, algunos veranos había playa y hotel y Santa Eugenia es un barrio donde todavía huele a hierba y te saludan por la calle. Susana compensaba la dejadez de Mariano para las relaciones públicas.

Ella era la sociable de la pareja: todavía conservaba con orgullo las amistades de su adolescencia en Vallecas y se encargaba de organizar las reuniones familiares. En el contacto con los demás encontraba un sentido que la colmaba:

–No era una mujer de grandes aficiones ni de grandes expectativas. Disfrutaba del día a día y de hablar con los demás. Cada día, Susana tomaba el autobús con un vecino para bajar a Madrid. Era una de esas ceremonias diarias que le gustaban: aprovechar un trayecto de transporte para charlar de cualquier cosa.

Sin embargo, aquella mañana despertó con unos minutos de retraso y, porque de la rapidez del tren nadie duda, se acercó a la estación de Cercanías. Tenía que atravesar Madrid para salir de nuevo de la ciudad por el noroeste y llegar a Las Rozas, donde trabajaba. Murió antes de llegar a la estación de Atocha.

Lo primero que hizo Mariano, un hombre serio incluso en el momento más duro de su vida, fue pensar en el niño, que estaba en el colegio. Con la herida aún abierta, se empeñó en ir a buscarle esa misma tarde y, en el despacho del director, le contó todo:

–Le dije que había ocurrido un accidente y que su mamá había fallecido. Ya presentía algo, porque había notado los corrillos de las cuidadoras. Ahora lo sabe. No quise ocultarle nada, no podía engañarle y que se hiciese una falsa película.

Ambos, padre e hijo, quieren mirar hacia delante y no hacia atrás. Mariano tiene la voluntad de participar activamente en los primeros pasos de una organización de afectados. El niño también sigue con su vida. De vez en cuando está seguro de que su madre sigue mirándole cuando se queda dormido en el sofá con el sueño aventurero de los ocho años.

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