Comportamiento. La violencia física es la más llamativa, pero cada vez se reconocen más las graves consecuencias que trae consigo la violencia psicológica. Una de sus variantes es el mobbing, o acoso psicológico en el trabajo, que puede traducirse, en la mayoría de los casos, en intimidación y hostigamiento a la víctima. También se incluye en esta denominación el acoso sexual o racista y toda una serie de actos de amedrentamiento inaceptables: gritar a los subordinados de manera constante, dificultar su tarea, no concederles responsabilidades, criticarlos sistemáticamente, proferir amenazas, coacciones o hacerles el vacío.
Causas. El origen está siempre en una combinación de causas: la relación con los compañeros, los clientes, los empleadores o los directivos de la empresa, las condiciones de trabajo, el entorno o el comportamiento individual, entre otras. Las causas se pueden buscar también en las condiciones económicas que generan un riesgo de desempleo o en los ingresos inseguros, que provocan una elevada competencia.
Consecuencias. La violencia provoca alteraciones en la organización del trabajo, que suponen un costo para la empresa –descenso de la productividad o de la calidad de los productos y servicios–. Las consecuencias psíquicas en la víctima son difíciles de detectar, aunque hay secuelas como depresión, estrés, insomnio o problemas digestivos.
El perfil de las víctimas
Tienen más riesgo de sufrir violencia los que manejan dinero –como los cajeros de banco– o los que trabajan en solitario o fuera de los horarios habituales (taxistas, vigilantes nocturnos...). Además, existen dos grupos especialmente vulnerables: las mujeres y los inmigrantes. Las primeras, porque se concentran en algunas ocupaciones de más riesgo, como la enseñanza, la asistencia sanitaria y el comercio minorista; los segundos, por las tareas y las condiciones en las que las realizan.
El problema a pie de calle
Begoña Rincón. 26 años, cajera.
"Todas mis compañeras me avisaron del carácter del jefe, pero reaccioné y no me dejé avasallar. Entonces empezó el acoso: no me dirigía la palabra y les daba las tareas que siempre hacía yo a otras chicas; quería aislarme. Era imposible demostrar nada de lo que pasaba y terminé marchándome".
Santiago Tutor. 31 años, albañil.
"En mi trabajo todos sufrimos las gamberradas, aunque siempre hay algún compañero al que todos le gastan más bromas. Se les llama por un apodo despectivo, les escondemos cosas todo el rato… Supongo que los pobres lo deben de pasar mal, pero es que ellos tampoco son muy listos".
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