Manuel Amaya, el padre, pidió ayer a la Junta «que sea humana y se comporte». Lo hizo en su humilde casa, tachada de «inhabitable» en su día, pero hoy adecentada con donaciones.
¿Dónde están los niños?
Localizados y atendidos. Viven juntos.
¿Los ve, los habla?
Hablo con ellos a diario. A Amara, la de 8 años, la visito en el internado de Carmona una vez a la semana.
¿Qué le pide a la Junta?
Que nos deje tranquilos. Me han arrancado un cacho de corazón, que son mis hijos. Me han destrozado mi casa. Ni duermo ni como. Me estoy quedando como un grillo.
¿Lo más duro de contestar?
Cuando me preguntan: «Papá, ¿cuándo podremos ir al colegio?»
¿Y usted les responde?
Cuando diga el juez.
¿Qué le dice Amara?
«Papá, ¿cuándo me va a dar el juez la libertad? Esto es una prisión como la tuya».
¿Su lección de vida?
Querer a mis hijos, me lo enseñó mi madre.
¿Cómo está su mujer?
Muy bien, rehabilitándose de la droga.
¿Qué ayuda ha recibido?
Buenos consejos y dinero. Sólo tengo agradecimiento. Mi piso no es el Titanic pero la comida no falta.
Bio
50 años. Trianero. Vendedor ambulante. Pasó 3 años en la cárcel. Casado con Manuela Muñoz. Padre de los cinco menores retirados
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