Marina G.: «Prefiero los 25 grados bajo cero de Siberia que cero grados en Bilbao»

El hombre vasco llora. Ay, le encanta... «Son tan sensibles...».
Coge aire, abre los brazos y se los lleva al regazo, como para dar calor a un vasco figurado. Un calor que ha encontrado en las gentes de aquí, pero no en el tiempo. Marina tiene 27 años y vino hace cinco de Siberia. Creía que en Euskadi no había inviernos. Y vaya si los hay. La humedad le cala los huesos y lo tiene claro: «Prefiero los 25 grados bajo cero de Siberia que cero grados en Bilbao».Su rostro es una nevada caída sobre la noche. La piel blanca y el pelo dorado le caen sobre su vestido, negro, como el futuro que veía en Rusia. Por eso vino.

Rasputín es su bar, donde hay 130 tipos de vodka que meterse al pecho bajo la estólida mirada del brujo del zar o el recio mentón de Lenin. Un Nemiroff de Ucrania, con jarabe, o uno de San Petersburgo: el Estandarte Ruso. En Rasputín, en la calle Escuza, 22 bis, la clientela se aficiona al vodka. «Hoy probaré este», le piden. «Nunca pensé que un vasco degustaría un buen trago ruso». Aquí también le sorprende el poteo. «En Rusia uno siempre va al mismo bar, y bebe hasta morir».

«No hagáis caso a la TV». «Sí, en Moscú hay 200 sin vergüenzas, pero el alma rusa es valiente, abierta y pendiente de los suyos». Esta profesora de historia pide conocer Rusia yendo, o si no, en libros de Dostoievsky. A ella se la puede conocer tras la barra de Rasputín o de pinchos, que le encantan.

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