Antes la higuera también estaba en terreno privado. Su copa asomaba tras la tapia de una vieja casa de la judería. A aquel laberinto inverosímil de callejas y casas con huertas en pleno centro de Málaga se entraba subiendo la calle Pedro de Toledo, bordeando la tapia del convento del Cister. Obviamente, la judería estaba antes que el convento.
En la Edad Media se extendía desde lo que hoy es la calle Alcazabilla hasta la calle Cárcer, llenando la parte noreste de la muralla, que llegaba hasta la actual acera sur de la plaza de la Merced. El islam toleraba a los judíos, aunque ya entonces se les concentraba en guetos para tenerlos controlados.
En 1489, cuando los Reyes Católicos conquistaron Málaga, la colonia sefardí estaba constituida por 450 personas. Todas fueron despojadas de sus casas y expulsadas. La vieja higuera aún no había nacido cuando la judería se quedó sin judíos. Las casas y huertas fueron repartidas a familias cristianas, y luego sepultadas bajo nuevas viviendas, justo donde ahora están los edificios auxiliares del museo.
Pero el Ayuntamiento sigue anunciando sin pudor la rehabilitación de la judería. La reinventarán, y todos nos quedaremos tan frescos en la ciudad desmemoriada, que ignora incluso al hijo más ilustre del barrio extinto, el poeta Ibn Gabirol, del que queda una estatua sin placa ni pedestal en un césped de calle Alcazabilla. Cuando lo miro me parece triste.
El poeta Ibn Gabirol nació en la judería malagueña en el 1021. Hoy, del barrio sólo queda una higuera.
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